Mallorca atraviesa una encrucijada turística que Ibiza parece haber solucionado. He leído estos días muchas cosas sobre Magaluf y el mamading. Algunas con tono jocoso y otras muy serias como el escrito de uno de nuestros grandes del turismo clamando SOS. Este Magaluf –que cada año genera polémica– siempre ha existido. Deseamos un cambio para una zona que un buen día alteró su fisonomía y su destino para convertirse en lo que ahora es. Cuando la nostalgia me invade le pregunto a los mayores por esas playas de Palmanova y Magaluf de los años 70. Una dolce vita y playas con pinares que ya son pura historia, así que volvamos al presente. ¿Qué podemos hacer y quién es culpable de esta situación? Una actualidad que, sinceramente, no sé si debemos reprobar con toques de moralismo pues verano, hedonismo y laxitud van unidos de la mano. Los empresarios de Punta Ballena no harán nada, pues la prensa británica explicaba la fortuna del dueño de Carnage (la empresa del famoso vídeo). Ellos tienen más poder e intereses que aquellos empresarios que buscan imponer el lujo en una zona degradada (en lo paisajístico y en lo sociológico).

Por otro lado, es sabido que el cuerpo de inspección de turismo se caracteriza por su insuficiencia. Para que me entiendan, trece inspectores en plena temporada (siempre que algunos no estén disfrutando de sus vacaciones) para controlar toda la planta hotelera y otros tantos miles de restaurantes y bares. No se trata de investigar cada uno de los bares de Magaluf para comprobar quién tiene las autorizaciones turísticas, ni solicitar las listas de precios o las hojas de reclamaciones. Tampoco el cierre de bares, propuesto por la prensa británica, ni las multas son la solución. Porque estas fiestas, tan exitosas, se organizan y comercializan en y desde el extranjero con los necesarios colaboradores locales. Estamos ante un fenómeno de masas y lo que Turismo debe hacer es actuar eficientemente sobre la comercialización del producto, el canal y la oferta cuando se infrinja la normativa. Ya es hora de poner en marcha algunos objetivos que desde el 1999 forman parte de nuestra normativa turística: reorientar la inspección hacia labores de asesoramiento, luchar contra intrusismo profesional, contra la oferta ilegal y, sin duda, reducir la carga administrativa para que el sector público y el sector privado puedan adaptarse a los retos que se plantean en cada momento.

No podemos erradicar este tipo de prácticas pero sí procede supervisarlas. Muchos destinos competidores utilizan el sexo y las borracheras como gancho, es más, la prensa ya está advirtiendo del aumento de reservas tras todo este escándalo del mamading. Seamos realistas y aceptemos que incluso la venta de productos o espectáculos eróticos está permitida siempre y cuando se cumplan las normas restrictivas que la limitan y que ahora procede controlar con mayor celo (relativas a acceso de adultos, etc).

Hay que reorientar la inspección de turismo, coordinar la Administración competente y no instalarse en el titular fácil. De nada sirven estas reuniones entre políticos que tuitean orgullosos desde sus cuentas y quedarán en simples palabras ante un fenómeno que es imparable. Conviene diseñar un plan de actuación debe ser coordinado y multidisciplinar, implicando a las diversas partes y desde el realismo. Los resultados serán visibles en unos años si actúan los distintos ámbitos del sector público (consumo, trabajo, turismo, policía turística…) codo a codo con los empresarios y sus asociaciones en una tarea de control y, sobre todo, de concienciación y plena responsabilidad en el desarrollo de sus actividades comerciales.

Decía hace unos días que nada cambiará y que al final todo quedará en una contra publicidad institucional que no soluciona el problema de fondo: aceptar que Magaluf y el Arenal (Ballermann) son zonas de fiesta para un perfil de gente con poca edad y poco poder adquisitivo. Guste o no, el all inclusive no significa aceptarlo todo.