El menú está listo. Crema de mariscos, hojaldres de seta, bacalao a la miel, paleta de carne rellena al horno, crema de calabaza y manzana y merluza rellena. Los más de 40 comensales se empiezan a sentar en las mesas mientras los camareros se preparan para servir la cena de la noche más especial del año.

Esta escena podría vivirse en cualquier restaurante de España pero se desarrolla en el comedor social que Cáritas tiene en la calle Carlos III de Vila. La entidad ha servido este año alrededor de 30.000 comidas en los comedores que, aparte del de Vila, tienen en Santa Eulària y Sant Antoni. Pero las cenas de Nochebuena y Nochevieja y las comidas de Navidad y Año Nuevo son especiales. El obispo de Eivissa y Formentera, Vicente Juan Segura, se acerca para decir unas palabras antes de la cena y un grupo de voluntarios y trabajadores de Cáritas, vestidos para la ocasión, hacen una excepción y sirven las mesas de las personas sin hogar que esta noche también celebran la Navidad. Son personas que no tienen familia, que viven en la calle, especialmente europeos y marroquíes, a los que se les prepara un menú especial sin cerdo. En noches como esta se viven buenos momentos pero siempre con un poso amargo. El de las historias que cada uno de los presentes tiene detrás.

A Mónica hoy le ha tocado servir porque está empleada en Cáritas haciendo una sustitución de un mes. Tiene 44 años y una hija de 10 que vive en Murcia con su hermana. Llegó a Eivissa para hacer la temporada después de que la desahuciaran de su casa. Encontró trabajo en un club donde estuvo dos años que recuerda como la etapa más nefasta de su vida. «Una noche no pude más y vine a pedir ayuda a Cáritas», cuenta Mónica. Tocó fondo después de dormir todo el verano en la calle, entre la playa y Marina Botafoch. «Cuando duermes al raso eres capaz de soportarlo todo», añade. Si no fuera por las ayudas de esta entidad benéfica no podría comer y pagar la habitación del piso que comparte con un matrimonio por 350 euros al mes, ya que con los 400 euros que le quedan tiene que pagar unos préstamos y pasarle una cantidad a la niña. Al 2016 le pide una estabilidad, trabajo y poder ver más a su hija. «No es justo que ella sufra mi situación. Yo no podría darle la vida que tiene ahora. Solo quiero que crezca feliz, fuerte y sana aunque no esté conmigo», cuenta entre lágrimas.

Como Mónica, son muchas las personas que tienen que recurrir a organizaciones benéficas para sobrevivir aunque, cuando entran por primera vez aquí, a todos se les cae el mundo a los pies.

Gustavo Gómez, coordinador de Cáritas en Eivissa, explica que el perfil de personas que acuden a ellos está cambiando. Antes había más inmigrantes pero ahora ha aumentado el número de ibicencos que se han quedado fuera de la red familiar.

También llega gente con nómina que no llega a fin de mes, que tiene que elegir entre pagar el alquiler o comer y que piden comida a esta organización benéfica. Algunos incluso acuden en busca de una ayuda económica para pagar el recibo de la luz y que padecen la llamada pobreza energética.

«Este año estamos desbordados», dice Gómez, quien añade que en estos momentos se vive una situación de «empobrecimiento general». Mucha gente que nunca lo hubiera imaginado, llama a la puerta de Cáritas. Nosotros también podríamos ser uno de ellos.

LA NOTA

10.000 kilos de comida al año y lotes especiales para Navidad

Los ibicencos son solidarios. El año pasado se recogieron 10.000 kilos en comida que se reparte cada quince días a las personas sin recursos.

Para Navidad, Cáritas entrega unos lotes especiales que incluyen turrón, galletas, magdalenas o latas de conserva que preparan semanas antes chavales voluntarios de los colegios de La Consolación y Sa Real.

Cáritas ayuda también a buscar empleo, especialmente a mujeres a las que encuentran sobre todo trabajo como empleadas del hogar.