Imagen de la protesta contra la sentencia del 'procés' el pasado lunes en Ibiza | Arguiñe Escandón

Hace ya algunos años participé activamente en la organización de movilizaciones de trabajadores públicos, algunas muy sonadas, numerosas y con gran repercusión mediática. Siempre procuramos que las manifestaciones o las concentraciones discurrieran ordenadamente, de la forma que menos perjuicios causara a los ciudadanos, porque de ese modo conseguiríamos su empatía y apoyo si juzgaban que nuestras demandas eran justas y merecidas. Hay gente a la que eso no le importa en absoluto y les trae al pairo la consideración que el resto de mortales tenga acerca de sus reivindicaciones políticas o laborales, pues con ser suyas ya son dignas de ser satisfechas y sin rechistar.

Por supuesto, si en el transcurso de alguna movilización en la que yo participé de forma destacada hubiese habido algún atisbo de altercado, violencia o desorden, además de haber hecho todo lo que estuviese estado en nuestra mano para identificar a los saboteadores, de forma inmediata y radical hubiésemos denunciado ante las autoridades tales comportamientos. Y digo más, la organización que yo dirigí se hubiese personado en la causa abierta como acusación particular y perjudicada por las actuaciones de aquellos cafres que, por más que compartieran nuestras reivindicaciones y que pensasen que eso era lo mejor para que fueran atendidas, se habían atrevido a perjudicarnos a todos con actuaciones contrarias a la Ley.

‘La presó de Nàpols’
Es por eso que me desconcierta tanto que haya quien desde el independentismo catalán en las Pitiusas, se muestre condescendiente con los terroristas urbanos que llevan ya seis noches sembrando el caos en las calles de Barcelona con una actitud absolutamente fascista e inaceptable. No puedo creer que ninguno de los que protestaron en pasado lunes por la tarde en Vara de Rey contra la sentencia del procés cantando La presó de Nàpols, pueda defender lo que sucede cada noche desde entonces en la Ciudad Condal. Pero lo hacen. Y quienes no lo hacen, no lo critican. Y lo hacen porque sencillamente opinan como ellos. Lo mismo que sucedía en Euskadi hace pocos años, cuando la mayoría guardaba silencio ante las barbaridades de unos pocos, unos por miedo y otros por recoger las nueces del árbol que agitaba ETA, salvadas las diferencias que no se me escapan, como no se nos pueden escapar las similitudes, aunque solo sean desde un punto de visto ético y moral.

Comités de Defensa de la Revolución
Los CDR catalanes nacieron a semejanza de los CDR cubanos. Sabiendo esto bastaría para que cualquier persona de bien se alejara de ellos, a no ser que quieran que Catalunya sea la Cuba de los años 60. «Al que asome la cabeza, duro con él, Fidel», ¿recuerdan? Que haya quien piense que estos grupos organizados defienden la democracia y la libertad no sabe ni lo que dice. Y quien crea que con acciones de efervescencia popular revolucionaria logrará doblegar a España y a la Unión Europea, ha perdido el oremus y necesita un psiquiatra.

Que vayan a Barcelona
Así, por más que los cruceristas inesperados que pasearán por Vila estos días evitando Barcelona, contribuyan a mejorar los negocios y a alargar los contratos de algunos trabajadores, yo prefiero que no vengan. Que vayan a Barcelona, que es donde querían ir. Desearía que sus planes, y los de tantos otros, no se vieran trastocados por radicales que con su actitud delictiva y bestial, buscan herir a funcionarios públicos, destrozar el mobiliario urbano, negocios, y romper con la normalidad y la convivencia. Y lo peor es que no conseguirán ninguno de sus objetivos pero ponen en riesgo el autogobierno de Catalunya como ya sucedió hace dos años.

La lucha, por ese camino, solo tiene un final: la cárcel. No puede ser de otro modo. Porque sus pretendidos derechos no están por encima de los derechos de los demás y, desde luego, jamás podrán estarlo al nivel que ellos pretenden, que es por encima de la Ley. Esto que les está costando tanto entender es algo que no admite discusión. Los independentistas no tienen más derechos que los no independentistas. Ese supremacismo que les lleva a decir quién puede vivir en Catalunya y quién no, es puro fascismo. Pero aún sabemos discernir los comportamientos fascistas y totalitarios, por más que se vistan de víctimas. Ninguna otra cosa se puede esperar de CDRs, CUPs, Arrans y toda esa colla de agitadores racistas.