Coronavinos: Bitácora de una distopía | 310764993002101

Cómo estáis? Y lo que es más importante... ¿Tenéis vino?». Todavía sonrío cuando pienso en este mensaje que recibí anoche de Alberto. En un ratito me tomaré uno con mis amigas de Aranda para vernos las caras y ponernos alguna que otra sonrisa que será, seguramente, tan divertido como el de ayer tras los aplausos con mis compañeras de Imam Comunicación, o el de esta noche en la cena virtual que hemos organizado como cada sábado con otra parte de mi tribu.

También en muchas de nuestras videoconferencias familiares elevamos las copas de tinto de la tierra como metáfora del «Resistiré», y lo cierto es que parece que no somos los únicos que hemos dado un giro al nombre del COVID-19, que suena más a mascota de una EXPO que a la distópica pandemia que nos asola, por el de ‘coronavinos’. De hecho, el consumo de este noble néctar se ha incrementado en las últimas semanas en nuestros hogares en un 62 % en comparación con las mismas fechas de 2019 aunque, claro, antes chateábamos en los bares, lugares que ahora recordamos como oscuros objetos de deseo.
Tener la vinoteca cubierta, junto con la despensa llena de botellas de agua, de cajas de leche y de conservas, o el congelador bien apretadito de otros manjares, calma un poco la ansiedad que estamos sufriendo y, qué quieren que les diga, a mí ya me empieza a dar un poco igual si en vez de una copita caen dos o tres, porque ya volveremos al redil de los tiempos de dieta cuando todo esto pase.

Noticias relacionadas

Lo que pasa es que las noticias no son muy halagüeñas. Desde el Gobierno nos recuerdan que no hay evidencias de que tras este confinamiento no llegue otro nuevo brote que nos obligue a volver a encerrarnos en nuestras casas e, incluso, nos recuerdan que, aunque vivamos del turismo, será lo último que se reactivará. Yo intento no pensarlo demasiado, seguir mis rutinas, escribir, leer y cantarle al miedo, cocinar, brindar en la distancia con los míos y en el tú a tú con mi chico, y darle las gracias a RAE por pasearme cinco minutos al día, porque si permito que la realista que me habita salga puede que me quede sin las palabras que me dan la vida.

Así que pienso seguir haciendo gala durante este encierro del ‘coronavinos’ y voy a creerme a pies juntillas los informes de la Federación Española de Enología en los que aseveran que su consumo «podría contribuir a una mejor higiene de la cavidad bucal y de la faringe» –recuerden que esta zona es donde anidan los virus durante las infecciones–. Ya sé que esta opinión es rebatible, porque no hay estudios recientes que la avalen, pero es que no creo que el común de los mortales podamos hacernos cuatro o cinco test para saber si tenemos o no la enfermedad, o si tal vez la hemos pasado, como alguna ministra de turno, por lo que déjennos al menos tener la libertad de decidir en qué creemos o a quiénes. Sepan, además, que en 2017 la Escuela Universitaria de Medicina de Washington presentó un estudio que avalaba que flavonoides del vino tienen un efecto positivo en los síntomas de la gripe en personas sanas y sin patologías anteriores.

Así que va por ustedes, por todos, seguiremos pidiendo «salud» en cada trago mientras podamos en este ‘confitamiento’ del ‘coronavinos’.