Vicent ha salido a las 9.00 horas a correr por la Marina junto a sus tres hijas. | Paco S. Pérez

La Marina. Domingo, 26 de abril. 42 días después, las calles de Ibiza vuelven a disfrutar de la presencia de los más pequeños. Los más madrugadores, Vicent Torres y sus hijas Diana, Clara y Noa, de 7, 8 y 10 años, respectivamente. Los cuatro realizan estiramientos a escasos metros del Monumento a los Hippies. El pequeño de bronce es uno de los pocos que no ha dejado de pisar la calle durante este confinamiento. «Las tres practican atletismo y hoy era el día de calzarse las zapatillas y volver a correr», apunta Vicent. Las hermanas emanan vitalidad. Durante un mes y medio han hecho «lo que han podido aprovechando la terraza de casa», pero volver a correr por la calle «es vida», apuntan. También a primerísima hora encontramos a la pequeña Rosa, de tres años, y su madre Laura Moya. «La verdad es que lo ha llevado bastante bien, pero también tenía muchas ganas de coger su patín y dar una vueltecita». Con el paso de los minutos van llegando más niños. Hugo, de tres años, va dando brincos junto a su madre Estephany. Metros atrás camina Gabriel con su perro Ari. «Vamos manteniendo las distancias», apunta mientras observa la cabriolas de felicidad del pequeño Hugo.

Minutos después de las 10.00 horas. Esther Ribas y su hija Claudia se han dirigido hasta la Marina porque Claudia quería comprobar con sus ojos cómo estaba el parque infantil ubicado junto a la estación marítima. Antes, en el recorrido por Bartomeu Rosselló, la pequeña recibió la felicitación de un tendero de la zona por su reciente cumpleaños. «Mis papás me hicieron una fiesta especial con muchas sorpresas. Me felicitó la policía, mis amigos de Sa Blanca Dona y Cachirulo», apuntó la pequeña, que rebosaba felicidad. Esther cuenta que esperaban el día de ayer porque la casa no dispone de balcón o terraza y a la pequeña le hacía falta «que le diera el sol». En la fachada marítima, Claudia disfruta dando pequeñas carreras y asegura que ha aprovechado el tiempo de confinamiento para leer y aprender con sus padres.

Claudia, Hugo, Rosa o Noa son algunos de los más de 22.000 niños de las Pitiusas que ayer «tenían licencia» para reencontrarse con las calles. Las normas se cumplieron de forma mayoritaria y eso que algunos tuvieron que hacer malabares. Es el caso de Noelia y Dani. Ella salió con los pequeños de 18 meses Gala y Eric, mientras Dani se centraba en la patinadora Ariadna.

Avenida España
A media mañana, en la Avenida España apenas había un par de personas paseando a sus perros y otras dos que llevan bolsas de la compra. Solamente una mujer usaba una mascarilla. De repente, se oyen ladridos procedentes de ambos sentidos, tanto desde la Via Púnica como de la calle Aragón. No se ve a nadie en el local donde Cristóbal reparte comida gratuitamente en la calle Pérez Cabrero i Tur. Ya han pasado 53 personas a recoger su bolsa de comida y ahora toca llenar de nuevo el almacén. Unos minutos más tarde sigue el mismo paisaje con personas distintas: dos personas con bolsas, una con el periódico y otra paseando al perro. También circula un coche de la Policía Nacional.

Alrededor de las 10.30 horas, justo después del paso de un ciclomotor, la pequeña Aitana, de dos años, pregunta por los abuelos, pero viven lejos y no es el día para ir a verlos. Es su primer paseo después desde que empezó la cuarentena y va tan campante en su carricoche. Su padre, Iván Molina, quien la va empujando, asegura que la niña se ha portado bien. Llegan a Vara de Rey y allí se saludan con Cristina y su hijo Óscar, también de dos años, quienes han salido a comprar mascarillas a la farmacia que está a 10 metros de su portal. Allí ya hay más gente. Una familia va dando un paseo separada en dos partes para mantener la distancia reglamentaria. Por un lado, el padre, con dos niños. Por el otro, la madre con los otros tres.

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Aitana y Óscar van a la misma guardería, aunque a diferentes clases. La pequeña dice «adiós, Óscar» y se disgusta cuando su padre la sube de nuevo en el carricoche. Para compensarla, antes de volver a casa, Iván lleva a Aitana a la Via Romana, donde vive su tía Manoli. Ella baja a la calle y la niña llora otra vez porque no se pueden tocar. Su padre la coge en brazos para consolarla. Manoli sube a su casa y le enseña sus dos gatos a su sobrina desde la ventana, en el primer piso. A lo tonto, ya se han hecho las 11.15 y toca ir volviendo. Comienza a verse más gente en la Avenida de España.

Parque de la Paz
Javier Mendoza y la pequeña Alicia bajan desde casa al parque de sa Colomina. A la pequeña se le ve muy contenta. Javier dice sentirse afortunado porque tiene «una terraza grande» en su piso y el jardín, justo debajo de casa. Alicia quiere un helado, pero Javier no otea ningún establecimiento donde pueda comprarle uno. Se encuentran con Carmen y su hijo Éric mientras la madre de Alicia -Tánit- los despide asomada al balcón. Al poco de salir, en el Parque de la Paz, tienen más encuentros, en este caso con la profesora particular de música, Isabel, y su hija Violeta. Ellas dos también van a corretear un poco por el parque. Una vez allí, Alicia repite que está contenta. Un hombre y una mujer le saludan desde la séptima -y última- planta de uno de los edificios. No son unos cualquiera, sino sus tíos Marcos -hermano de Javier- y Eider. También aparece un amigo de Javier llamado Rubén, quien está paseando a su perro por el parque.

Javier dice llevar bien la cuarentena, ya que entre los trabajos que desempeña, la lectura y el cuidado de la niña está «entretenido». La pequeña Alicia, mientras tanto, sigue a lo suyo: quiere un helado. Ante la tesitura, Javier le da una tortita, pero la niña sigue insistiendo en el helado, así que encuentran una carnicería donde se ve una cámara frigorífica bien grande de una de las principales y más famosas compañías heladeras. Sin embargo, al preguntar, se encuentran con que está vacía, por lo que, de nuevo, el gozo de Alicia en un pozo.

Se sientan un rato en uno de los bancos y después se dirigen hacia la gran fuente. Pasan más padres con sus hijos en bici y también gente paseando al perro. Junto a la fuente, hay otro padre -el brasileño Walter- con su hijo Mateo, ibicenco cien por cien. Alicia llama a las ranas. Cuando se cansa de no obtener respuesta, se entretiene jugando al escondite con su padre. Ya se le ha olvidado que quería un helado. Pasan las 12.30 y es hora de volver a casa. Ha cumplido con la hora estipulada.

A mediodía, las playas de Ibiza se convirtieron en los puntos de mayor atracción de gente. Talamanca y ses Figueretes recibieron la primera gran riada de personas de la temporada, en su mayoría niños. La afluencia es tal que en algunos puntos es difícil respetar la distancia de seguridad. Ésta será una de las asignaturas en la que deberemos progresar esta temporada.