En el restaurante Kaixo, de izquierda a derecha, María Cruz, Liam y Alexander Amiach dieron buena cuenta de la comida. | Toni P.

A las 13:00 horas de ayer, y pese a algunas nubes que cubrían parcialmente el cielo, la ciudad parecía haber recuperado la alegría, como si todo el mundo ardiera en deseos de olvidar la pesadilla que está suponiendo la epidemis del coronavirus a nivel mundial.
Vara de Rey estaba animada a más no poder, con gente charlando amigablemente a las puertas de los comercios y grupos de padres y madres reunidos en torno a sus hijos, que jugueteaban alegremente como antaño. Ni rastro de guantes ni mascarillas, otrora objetos básicos en la vida de cualquiera.

En el bar La Margarita –antiguo S’Alamera–, tres ingleses –dos hombres y una mujer llamados Charlotte Disco, Michael Parhouse y Simon Grove– se mostraban felices de encontrarse en Ibiza en vez de en el Reino Unido, sobre todo debido a que «aquí los controles son más estrictos», dijo el segundo de ellos.

Cerca de allí, dos chicas argentinas –llamadas ficticiamente Laura y Sandra, porque, para sus parejas, supuestamente no están aquí– se sentían en «libertad». Eso sí, ambas mostraron su desacuerdo con la gestión del Gobierno central, al que calificaron de «mentiroso y facha». En su opinión, sólo se dedica a «manipular» y no a dar respuesta. «No se puede engañar tanto», protestó una de ellas.

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En uno de los bares de la plaza del Parque, los ibicencos Antonio Martínez y Maite Gil desvelaron su alegría comparado con días atrás, cuando las terrazas cerradas les dieron «mucha tristeza». Ayer también pretendían, en la medida de sus posibilidades, «contribuir a la recuperación de la economía».

Cerca de allí, en el bar Palco, el onubense –pero con seis años en la isla como capitán de barco– Juanjo Ruiz aseguró que, salvo en el caso de los mayores y las personas vulnerables, era «peor» quedarse en casa «por miedo» y por la crisis económica que puede llegar si los negocios no vuelven a funcionar pronto. Al ritmo en que un rayo de sol iluminó repentinamente la plaza, se le ocurrió describir la cerveza de su vaso como «el néctar de los dioses» mientras orgullosamente la mostraba.

Ya cerca de las 14:00 horas, en el café Mar y Sol, en el puerto, casi todas las mesas autorizadas estaban ocupadas. En una de ellas, tomaban el aperitivo los españoles Fernando Tirado y Estefanía Bellevre –ella de origen francés, pero con la doble nacionalidad– habían salido, por primera vez en dos meses, a liberarse de la angustia de los últimos tiempos y a relajarse un poco en cierta manera. Hasta ayer habían sido «muy estrictos», buscando «el sitio adecuado», hasta que encontraron uno donde «la distancia es buena».

Era el momento de comer y en el restaurante Kaixo, Alexander Amiach –nacido en Ibiza, pero de padres franceses–, junto a María Cruz y el niño Liam, degustaban un solomillo al vino tinto y costillas de cerdo con patatas, ya que, después de dos meses y medio en casa, había «ganas de probar cosas nuevas». El propietario, Gerardo Doval, se mostró orgulloso de estar cumpliendo con todas las medidas de seguridad.