Don Diablo se ha escapado» y tiene nombre y apellidos: Bill Gates. Miguel Bosé lo ha cantado estos días a los cuatro vientos asegurando que el magnate de las telecomunicaciones es realmente el ‘inventor’ de la COVID-19. El artista ha alimentado una de las teorías cospiranoides con la que precisamente comenzaba esta bitácora y por la que el creador de Microsoft habría sido el impulsor de la difusión y contagio mundial de este virus para controlarnos a todos. Ante una acusación de este calado la pregunta que nos hacemos aquellos que solo damos la nota en los karaokes es, ¿pero por qué iba a hacer algo así? Y la respuesta a la que se han sumado otras voces del mundo de la cultura como la de Enrique Bunbury nos deja helados y «entre dos tierras».

Hasta donde yo sé Bill Gates fue el desarrollador de los sistemas operativos MS-DOS y Windows con los que hizo una fortuna de 95.100 millones de dólares que le ha permitido dedicarse íntegramente a la Fundación que creó con su esposa ‘Bill y Melinda Gates’. Durante la última década, esa en la que atravesamos una crisis económica de la que no habíamos terminado de salir cuando nos confinaron, ambos habrían entregado 38.000 millones de dólares a distintas causas benéficas según la revista Forbes, que los señala como los donantes más generosos del mundo, aunque para Bosé «no tengan alma».

La Fundación ‘Bill y Melinda Gates’ lleva años luchando contra enfermedades como el sida, la tuberculosis y la malaria e invirtiendo distintas partidas de forma directa en laboratorios que trabajan en la búsqueda de distintas vacunas. Por esta causa ha sido uno de los blancos de los amantes de las distopías que aseguran que la COVID-19 se desarrolló en uno de estos centros de investigación londinense por orden del americano con un fin: salvar al planeta de la superpoblación que lo estaba esquilmando a través de una pandemia que terminaría con la mitad de los seres humanos. Cuando lo leí en febrero me sentí muy turbada, casi tanto como cada vez que escucho a Donald Trump, aunque ahora que sé que la teoría de los Mayas del fin del mundo estaba mal interpretada y que este se acabará realmente este domingo 21 de junio, comienza a tener sentido y estoy mucho más tranquila.

Bromas aparte, escuchar al ‘Amante Bandido’ alertarnos de la intención de Gates de controlar la Tierra implantándonos nanosensores a través de la supuesta vacuna que nos protegería de ese “demonio” creado por él mismo, suena demasiado rocambolesco. Imagínense que todo fuese un plan urdido por un señor con gafas que en unos meses nos tendrá a su antojo gracias a unos chips prodigiosos que nos inoculará para gestionar nuestras vidas a través de la tecnología 5G. Creo que tengo que dejar de ver series en HBO.

A mí Miguel Bosé me ha gustado siempre y me declaro fan de Sevilla y de cómo mi moreno me hace el café, pero qué quieren que les diga, no veo muy viable esta teoría que parte de unas declaraciones reales, interpretadas de forma torticera, en las que Gates afirmaba que «si algo terminaba con más de 10 millones de personas en las próximas décadas sería más probable que fuese un virus infeccioso que una guerra».

Lo mejor de esta historia es que el ‘felón’ de Gates buscaría, además, algo similar a lo que promulgaron otros seres eugenésicos: eliminar a los pobres y a los débiles para dejar solo a los supervivientes más fuertes y mejor preparados. Por eso habría invertido millones de dólares en países como La India o África, no para salvarlos como hizo creer, sino para terminar con ellos.