Además de repartir alimentos y ropa de abrigo, conversan con los usuarios que necesitan su ayuda. | Toni Planells

Estar escuchando, leyendo o viendo en televisión continuamente noticias relacionadas con el drama económico y social que supone esta pandemia, tal vez suponga un peligro en cuanto a que nos inmunicemos antes de esta triste realidad que del maldito virus. Pero, igual que el virus, la realidad de la miseria que lleva implícito es tozuda y quienes están a pie de calle, echando una mano, lo saben bien. Éste es el caso de los voluntarios y voluntarias de la Cruz Roja, que a diario se enfundan su chaleco y reparten un poco de comida y solidaridad a quién más lo necesita. Periódico de Ibiza y Formentera ha acompañado a los voluntarios de la Unidad de Emergencia Social en una noche de diciembre, en concreto, la víspera de Nochebuena. Mari es un relámpago que lleva dos años colaborando con la Cruz Roja y acude a la unidad de emergencia social cada vez que se le requiere, una o dos veces a la semana como mínimo. José Pinzón, por su parte, es otro voluntario que dedica unas cuatro horas cinco días a la semana a la Cruz Roja. La víspera de Nochebuena repartía ayuda en la Unidad de Emergencia Social, pero mañana podría estar echando una mano a los ocupantes de una patera. «Me encanta ayudar», asegura Pinzón. Lleva 16 años como voluntario en Brasil, México o en su Colombia natal y los tres últimos años en Ibiza.

20.00 horas
José y Mari saludan a Silvina Carrillo, que junto a Carmen Navarro se encarga de este proyecto, en la entrada de la sede de la Cruz Roja en la Avenida España. Suben a la tercera planta. En la sala de reuniones, Mari comienza a calentar varios cazos de leche y caldo al que añadir fideos y garbanzos. Esta sala, en la era pre-Covid, servía, aparte de para talleres, de refugio contra el frío y lugar de descanso, lectura y compañía a numerosos usuarios. Algunos de ellos terminaron de decorarla, con la ayuda de los artistas Necko y Tito Fernández, justo antes del confinamiento sin la oportunidad de poder inaugurarlo y disfrutarlo en condiciones. En el almacén contiguo Jose, concentrado en su carpeta, repasa, organiza y prepara el material a repartir para hoy. «¡No hagáis fotos del almacén!», nos pide Silvina. «Está desordenadísimo», argumenta. Demasiado tarde. Lo que Silvina llama desorden no es más que la evidencia del intenso trabajo que realiza esta casa.

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20.45 horas
Mantas, Cola-Cao, atún, zumos, mantas, maquinillas de afeitar, cuatro depósitos donde llevar el caldo y la leche caliente, productos de higiene personal y una serie de cajas de plástico vacías ya están cargadas en la furgoneta de la entidad solidaria. Antes de ir de ruta a los puntos donde se reparte la ayuda toca una ruta por las pastelerías de Harinus y Flor y Nata, que donan el excedente del día a la causa. En una primera vuelta dejan esas cajas de plástico vacías para recogerlas en una segunda vuelta ya llenas.

21.00 horas
En Ignacio Wallis, a la altura del Parque de la Paz, hay un grupo de unas 12 personas, cada una ensimismada en sus cosas. Unos miran el móvil y otros al infinito hasta que alguien interrumpe preguntando por el último, alguien levanta vagamente la mano, él asiente y espera. Esta escena se va repitiendo una y otra vez hasta que la llegada del furgón de la Cruz Roja activa el movimiento en todo el grupo, guardando el orden acordado. Hay 20 personas cuando el furgón se detiene. Más hombres que mujeres, algunos extranjeros. Se oyen acentos de distintos continentes, pero también se oye hablar castellano. Hay todo tipo de edades, pero sorprende ver la juventud de un buen número de ellos, muchos de los cuales hablan sin ningún tipo de acento e incluso algunos de ellos han nacido en Ibiza. El primero de la fila es Marcelo, que lleva esperando desde las 20.00 horas para asegurarse un bocado esta noche. «No me pagaron el ERTE en diciembre, por eso estoy aquí. Si me hubieran pagado no tendría que haber venido», explica este uruguayo que lleva 13 años en la isla. «Si me lo hubieran pagado podría haber pagado al banco, el teléfono, comprado comida….», lamenta este empleado en ERTE de un rent a car. No se olvida de las miles de personas que tampoco han cobrado y señala: «Yo, al menos, no tengo hijos, pero imagínate los que tienen familia», se solidariza antes de acercarse a la puerta del furgón recién abierta. Tras él, y previa supervisión de José, uno a uno se acercan a recoger su cena. Unos preguntan si hoy hay atún, otros si cola-cao… Mari les sirve una sopa caliente y todo lo que precisan antes de partir al puerto para atender a otra docena de personas.

El aumento de los usuarios de este servicio ha venido de la mano de la aparición un nuevo perfil de personas que se acercan a buscar ayuda a la Cruz Roja. Al del perfil de usuarios extranjeros sin recursos, personas con enfermedades mentales, o problemas de drogodependencia, hace unos años, tras la crisis económica y agravado con la crisis del precio de la vivienda, se ha sumado un perfil de personas distinto. «Personas que tú ves en la calle y no creerías que no tiene casa. O que, a lo mejor, hasta tiene trabajo», asegura Silvina Carrillo, quien recuerda que «hay más gente en la calle de lo que nos pensamos».