Un cálculo renal de un centímetro fue la primera piedra con la que Juliana Gómez tropezó para caer en una espiral de sufrimiento y dolor que, con la ayuda que está recibiendo por parte de distintas instituciones, espera dejar atrás . | Toni Planells

Juliana Gómez se encuentra en una situación de vulnerabilidad extrema. Vive en el albergue municipal de Ibiza. Si bien su aspecto físico a primera vista parece saludable, sus movimientos son lentos y forzados, cojea visiblemente y su mirada refleja dolor y cansancio.

No se trata de una persona de edad avanzada ya que hablamos de una persona joven, de 35 años, que cuenta cómo su salud se ha visto gravemente afectada tras una serie de acontecimientos que la han llevado a la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra. No empieza a contar su historia sin antes mostrar su agradecimiento hacia aquellas instituciones que la han estado ayudando: Cáritas, Médicos del Mundo y el Ayuntamiento de Eivissa.

Los problemas de Juliana Gómez empezaron a finales de 2011, cuando tuvo que ir al hospital Can Misses con fuertes dolores relacionados con un cólico nefrítico. Se le diagnosticó una litiasis (piedras en el riñón, como se conoce popularmente) de un centímetro de tamaño.

Le colocaron un catéter doble j, que se usa para facilitar el flujo de orina desde el riñón hasta la vejiga. Poco después, le ejercieron una litotripsia láser extra corpórea que no fue suficiente para poder descomponer su cálculo. Juliana cuenta que no se pudo llegar a expulsar el cálculo de manera espontánea y éste acabó alojado cerca de la uretra, lo que le acabó provocando fuertes dolores y sangrado continuo.

Primer intento

En enero de 2013 entró al quirófano en Can Misses para retirar el cálculo de manera quirúrgica. Explica que la intervención se hizo con una guía que debería haber extraído el cálculo, pero que ésta se rompió quedando un trozo de la misma alojado en su cuerpo. De esta manera, no sólo no pudo extraerse la piedra del riñón de Juliana sino que le quedó dentro un cuerpo extraño más: el trozo de guía que se rompió durante la intervención. Y no solo eso, Gómez explica que una bacteria obligó a retrasar la siguiente intervención para tratar de extraer el cálculo y el trozo de guía.

Al llegar esta intervención, 11 días después, no se pudo identificar ni extraer la punta de la guía, aunque sí el cálculo. «Al despertar de la operación me enseñaron el cálculo, pero cuando les pregunté por el trozo de guía no me supieron ni contestar», afirma Gómez con pena y decepción. Así el cuerpo extraño siguió alojado en el costado de Juliana, que explica que, desde entonces, «mi vida nunca ha llegado a ser la misma después de este momento.

Siempre con fuertes dolores, infecciones, incontinencia urinaria, cistitis, tomando medicinas continuamente. Cada vez que me movía era como si una aguja se me clavara», y la sensación era literal. Pero los problemas van más allá de lo físico, Juliana explica que «toda esta situación me ha provocado un cuadro depresivo, estrés, ansiedad y ganas de suicidarme», y rompe a llorar.

Años después, en 2015, y movida por la desesperación viajó a su Brasil natal. Esperaba estar allí durante poco tiempo, pero acabó estando tres años. «Mi madre juntó a la familia para cuidarme, buscar más opiniones médicas y esperar a la llamada del abogado», asegura. Gómez había interpuesto una denuncia, que a día de hoy se encuentra a la espera de resolución judicial. Sus argumentos son obvios: «Los accidentes médicos pasan, pero hay que reconocer los errores. Es por eso que estoy luchando. Yo solo quiero poder recuperar mi salud». Al volver de Brasil para afrontar el proceso judicial, llegó la pandemia de coronavirus, «entonces se retrasó todo», lamenta.

Extirpar el cuerpo extraño

No fue hasta febrero, el día 19 de este mismo año, tras un duro periplo en Atención al Paciente que desde Cáritas le ayudaron a tramitar, cuando logró ingresar en Son Espases y consiguió que le extrajeran el trozo de guía tras ocho años. Saca dos botecitos de su bolso y, en ellos, muestra tanto el cálculo que provocó esta serie de acontecimientos como la parte de la guía que, por fin, le lograron extraer. Estremece. Reconoce que le costó mucho superar el miedo y la desconfianza que su situación a través de los años había cultivado hacia los quirófanos.

El postoperatorio fue duro, «tardó en cerrar la cicatriz un mes, también sentí fiebre, náuseas y mucha dificultad para evacuar. Todo dentro de la normalidad según el doctor», asume con cierta normalidad. Pero algo que le preocupa especialmente ahora es el dolor que siente en la pierna al caminar. Sospecha que «de alguna manera tocarían algún nervio durante la operación; estoy segura», aunque reconoce que poco a poco se va mejorando y que la rehabilitación que realizará le ayudará a acabar de mejorar.

Esta preocupación se añade a la anterior por las molestias derivadas de la situación de su riñón ya que, «ahora ya no tengo los pinchazos por la guía, pero sigo teniendo los mismos dolores, infecciones».

Por esta razón, y por recomendación tanto de su perito como de otro urólogo de confianza, considera que la solución a su problema pasa por el extirpamiento de su riñón dañado. «Voy a sufrir mucho por perder un órgano, pero si sirve para recuperar una vida normal y olvidarme de tanto dolor, tanta infección y tanto medicamento, estoy dispuesta a perderlo», así, admite que «pagaría un riñón por recuperar mi salud».