El concierto se celebró en el Palacio de Congresos. | Irene Arango

Unas 70 personas se congregaron la noche del viernes en Santa Eulària para disfrutar de la Camerata Deià Piano Quartet integrada por Alfredo Oyagüez al piano, Rosa Cañellas al violoncello, Fernando Villegas a la viola y Alfredo Ardanaz al violín.

El evento fue a beneficio de Apneef (Asociación de Personas con Necesidades Especiales de Eivissa y Formentera), los músicos tocaron desinteresadamente para recaudar fondos para una asociación que lleva desde 1998 haciendo más fácil de la vida de los más valientes y necesitados. En la asociación no cierran las puertas a nadie y se entregan para atender a infantes y adolescentes con cualquier tipo de discapacidad física, psíquica, sensorial o cognitiva.

Era el segundo año que la Camerata Deià venía a Ibiza para poner la música al servicio de la solidaridad y la empatía, un gesto de enorme humanidad que descubre la altura moral de quien regala su talento macerado en horas de sacrificio para una buena causa.
Contrasta que a los actos de faranduleo y postureo no falte ninguna autoridad política de la isla para salir en el photocall engullidos por lentejuelas y trajes entallados, pero a un acto tan noble como este sólo se dignaran a venir la concejala del Ayuntamiento de Santa Eulària, Antonia Picó y la consellera de Bienestar Social del Consell d’Eivissa, Carolina Escandell.

El acto comenzó con el pitido de unos micrófonos acoplados que ensordecieron a la audiencia por unos instantes, lo cual sirvió para que Alfredo Oyagüez rompiera el hielo y se metiera al público en el bolsillo incluso antes de descubrir la magia que escondía en sus falanges.

El patio de butacas lo ocupaban personas de edades y nacionalidades de toda naturaleza, aunque si algo tenían en común es que más del 80% decidieron despojarse de la mascarilla durante todo el concierto, convirtiéndolo en un festival de aerosoles en los que el virus todavía muy presente podía campar a sus anchas y arañar algún contagio más. Parce que casi 100.000 muertos por COVID no es todavía cifra suficiente para convencer a algunos irresponsables que creen estar en posesión de un sistema inmunológico indestructible.

Violines para empezar
En lo musical, el concierto empezó con dos obras para violín y piano de Fritz Kreisler. Liebesfreud y Liebesleid sirvieron para abrir el melón de una noche solidaria. De aparente sencillez, sirvieron para que el violinista calentara con más de un problema de afinación que los dedos de Oyagüez supieron disimular. Sin pretenderlo, demostraron que el frío de origen austriaco y maduración estadouinedense no transmite pasiones como lo hace el romanticismo italiano.

Pasada esta página que pululó sin pena ni gloria, llegó la hora de escuchar la sobriedad, la elegancia y la precisión de Haydn, compositor que marca el esplendor del periodo clásico y que influye en compositores posteriores de la talla de Ludwig van Beethoven. Así pues, sonó el Trío en Sol mayor Op. 53 n°1, con dos movimientos (allegretto ed innocente y presto) que consiguieron imprimir su ánimo lúdico en un público que se dejó llevar por las notas del padre de la sinfonía y el cuarteto de cuerda.

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En este punto de la noche, el público demostró que Ibiza no está exenta de la mala educación de aquellos individuos que confunden un concierto de música clásica con la barra de un bar en la que ahogar sus imperiosas ganas de hablar y comentar la jugada. No se trata sólo de una falta de respeto hacia el resto del público que sí va a disfrutar de la música y no a pasar la tarde, sino a los propios músicos que están encima del escenario intentando que en la platea se escuche algo más que su murmullo impertinente.

Tras Haydn, los artistas tuvieron a bien interpretar el Trío Op. 53 n°5G.111 del célebre compositor italiano afincado en Madrid, Luigi Boccherini. Es aquí cuando pudimos escuchar lo mejor de los instrumentos de cuerda, especialmente en un bello diálogo entre el violín y la viola con un atento cello creando el sustrato necesario para que aflorara la melodía. El virtuosismo se alternaba con una sobriedad que daba paso a un juego cromático de emociones.

Para clausurar el concierto, los músicos decidieron dar otro salto en el tiempo, cambiar de estilo radicalmente y homenajear al compositor argentino Astor Piazzolla en el centenario de su nacimiento. Considerado como ‘el padre del tango’, sus obras revolucionaron el tango tradicional al incorporar elementos del jazz y música clásica en un movimiento que no estuvo exento de las críticas de los más puristas del momento.

Tras una breve lección de historia de la música, los ritmos del tango invadieron el Palacio de Congresos primero con el célebre Libertango y más tarde con la versión tanguera de las cuatro estaciones de Vivaldi (salvando las distancias).

Fue en el invierno porteño donde escuchamos lo mejor de la noche. Alfredo Oyagüez se sentó al piano para demostrar que no necesitaba a nadie más para dejar al público en un suspiro abstracto, mientras transcribía unas páginas deliciosas. En ellas se podía apreciar la calma, la melancolía y el dramatismo, en unos agudos que recordaban a la lluvia chispeante previa a la tormenta invernal que se manifestaba en la mano izquierda del pianista. La energía de esa tormenta daba paso a un dulce frío acariciado brillantemente sobre unas teclas gobernadas de forma magistral por el contraste. El invierno acabó sonando a una fría mañana que mereció la ovación del público que supo entender que ese momento sí merecía su escaso silencio.

Con la primavera porteña y el verano porteño se puso de manifiesto la agitación a ritmo de tango, en un crescendo que no llega a eclosionar. Entre staccattos y taconazos dibujaron un verano irregular, ausente de la calidez y el bullicio que lo caracterizan. Más bien sonó un verano centroeuropeo atemperado que no pasa de la mera anécdota.

Como propinas, sorprendieron con un pobre arreglo de una melodía de una niña de dos años, obra del pianista madrileño Rafael Cavestany, que no deja de ser una simple melodía reiterada en octavas distintas sin solución de continuidad con nada más que alguna escueta variación al piano. Para cerrar definitivamente el concierto, volvieron al Piazzolla más dramático y más «insufriblemente melancólico» (en palabras del proprio pianista) con la Milonga del ángel.

En definitiva, una noche musical irregular que mereció la pena por la nobleza del acto que se hacía y por el reconocimiento que merece una asociación cuya labor es digna de la mayor de las loanzas. Una vez más, la música sirivió para realzar la dignidad, favorecer la solidaridad y equiparar a todo individuo independientemente de sus capacidades.