Se trata de una vía que comienza en la Avenida España y termina en lo alto, justamente en Molí d’en Cantó. Esta calle serpentea hasta llegar a la cúspide, pero también cuenta con una escalinata que permite subir en línea recta.
Al ser ascendente, muchos árboles y muros cubren las casas, pero los nuevos paisajes se van descubriendo a medida que ahondas en ella, como decidió hacer Raúl, un turista que se mostró satisfecho al subir las escaleras: «Las he subido, las he bajado, las he vuelto a subir y las he vuelto a bajar».

Los viandantes destacan que desde hace poco tiempo los aparcamientos están reservados para los vecinos de la zona, algo que para la mayoría es «muy positivo» porque genera «más tranquilidad en la zona». Juan agradece vivir aquí porque «la calle es muy tranquila y muy acogedora. Sales y parece que estés en el campo». Además cuenta que en este lugar está el yacimiento arqueológico Puig des Molins y, según este vecino, «visto desde arriba parece el Central Park de Nueva York». «Subiendo hasta el final de la calle está el Observatorio con dos molinos muy bonitos», destacó.
Esta zona también alberga el Fons Pitiús de Cooperació, una asociación pública que trabaja en la educación para la transformación social dando charlas y actividades para los jóvenes.
Así lo trasladó Beatriz, una de las coordinadoras, que en esta ocasión tenía preparado un escape room para adolescentes de Secundaria que acudieron tras una excursión.

Reparto de alimentos

Muy cerca de esta zona estaba Cristóbal, la persona que gestiona el local La voz de los que nadie quiere escuchar. Este establecimiento reparte los excedentes alimentarios de los supermercados a todas las personas del barrio que más lo necesitan.
Otra realidad es la de Paola, quien está haciendo un curso en la Oficina de la Once de esta zona: «Vivo en un camión con mi hija de ocho años porque es imposible vivir en una casa. He venido aquí para poder vender cupones porque tengo una discapacidad, una prótesis de titanio en el cuello y una afectación nerviosa en el brazo derecho. No me ayudan en absolutamente nada y lo único que me queda es trabajar aquí». Cooremans lleva diez años instalado en esta zona y señala que no piensa irse: «Es un barrio muy tranquilo, especialmente ahora que está prohibido el aparcamiento para los extranjeros. Aquí estoy muy bien, es genial. Además, caminas cinco o diez minutos hacia el centro y hay más vida, mientras que en la otra parte tienes la playa».

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María José también lleva unos diez años viviendo en la zona, y asegura que está todo igual. «Vive mucha gente mayor que no puede ir a comprar por culpa de las escaleras», indica. «Por lo demás está muy bien porque es una zona bastante tranquila». Sam, por su parte, es vecino desde hace un año y siente que hay «una comunidad vecinal muy fuerte aquí». «Yo salgo a caminar y siempre veo a gente interactuando. Yo soy de Australia y esto nunca pasa allí porque las calles son muy amplias», señala.
También destaca que el hecho de tener que caminar y subir escaleras en este barrio para desplazarte «te mantiene sano». En esta línea, Alejandro, que es visitante, reclama «una rampa mecánica» porque asegura que «para aparcar hay muchos problemas y esto provoca que pongan muchas multas debido a la cantidad de cámaras que hay en todas las calles». Juan asegura que le corresponde una plaza de parking, pero no tiene coche.

«Cada vez que viene un amigo a cenar a mi casa tengo que avisarle sobre este problema de aparcamiento. Esto supone una molestia, pero es lo único negativo de la calle», puntualiza. También está el vecino José, quien tachó de increíble el barrio.
Además, subraya que cuenta con la suerte de haber adquirido recientemente su vivienda. «Para mí todo son ventajas. Me parece una zona muy buena para vivir. De hecho fue la primera zona en la que viví nada más llegar aquí a Ibiza. Es muy tranquila y no se escucha nada. Es cierto que hay muchos gatos, pero no hay cucarachas ni ratas».

El consejo de Pepita

Otra vecina, Pepita Costa, salió a «dar un paseito» por la parte más alta de esta calle para disfrutar de las horas de sol por la mañana. Esta mujer no quiso reflexionar sobre el lugar, sino sobre la vida, como buena «periodista que recoge vidas e historias». Pepita Costa trasladó un poco de esa sabiduría y el legado que «debemos proteger para mantener»: «Cuida mucho tu cuerpo, mira que no tendrás otro, y piensa que todo el daño que le hagas será tuyo, así que hazle cosas buenas. Haz cosas buenas al mundo, que el mundo siempre responde; si haces las cosas mal, tarde o temprano tendrás una bofetada, pero si haces las cosas bien, obtendrás caricias».
Para ella, indica, hay que dar amor a un hombre, a la familia, a los amigos e incluso a un vecino: «El amor no tiene barreras y obstáculos, el amor no tiene nada más que amor, amor y amor. Aprecia las cosas bonitas, que son las que nos dan la vida, aunque a veces se haga un poco difícil. Siempre hay que pensar que puedo hacer yo para hacer feliz a alguien; una sonrisa, una flor o solamente una caricia, que se agradece mucho».