Paulo César Baptista, el hombre más buscado en Eivissa tras la agresión que sufrió el camarero Abel Ureña en el hotel club en el que ambos trabajaban el pasado verano, tendrá una imagen que nunca podrá olvidar. Su captura fue realizada por un grupo de elite de la policía holandesa, que tomó todas las precauciones posibles después de que la Guardia Civil les alertara de que iban a tener que vérselas con un hombre peligroso.
Agentes del Arrestatieteam de Amsterdam, una unidad de intervención especial curtida en múltiples servicios antiterroristas y contra grupos mafiosos armados, irrumpió en las primeras horas del amanecer del sábado en el domicilio de la localidad de Alkmaar en la que Baptista había encontrado refugio. Otra persona se encontraba en la casa con él cuando tuvo la actuación policial.
El exportero del Ushuaïa no tuvo opción. En pocos segundos se vio rodeado, atrapado e inmovilizado por los agentes de esta unidad que no escatimaron en medios para evitar cualquier reacción de las personas que pudieran encontrarse en ese momento en el domicilio del sospechoso acompañándolo. Tras ello, Baptista fue rapidamente conducido a las dependencias de este grupo en Amsterdam para iniciar los trámites judiciales que rigen en los Países Bajos.


Informes
La documentación aportada por la Policía Judicial de la Guardia Civil a sus colegas holandeses fue decisiva para que se actuara de esta manera.
Los agentes holandeses no sólo conocieron el pasado de Baptista en Eivissa, con el nombre falso de José Pereira Sousa (un nombre común en Portugal), sino también su vinculación con la Mafia da Noite, la organización criminal lusa a la que el exportero estaba vinculado por asuntos de prostitución.
La información aportada también señalaba que Baptista, un hombre con fama de prepotente por quienes lo conocían y que no ocultaba su afición la musculación y a prácticas de combate como el denominado ‘valetudo', podría ser un hombre extremadamente agresivo si, de pronto, se veía acorralado.
Baptista estuvo durante estos últimos meses alojado en esta misma vivienda de Alkmaar, protegido por sus amigos mientras decidía qué hacía con su vida. Todo indica que no pensó a largo plazo. No ha trascendido qué identidad estaba utilizando en Holanda ni qué precauciones pudo tomar para no llamar la atención. Lo que sí se sabe es que no había buscado, o al menos no había encontrado, una ocupación o trabajo con el que, como hizo en Eivissa, enmascarar un turbio pasado al que ahora debe sumar la muerte de Abel Ureña.
El sábado por la tarde, un alto oficial de la Guardia Civil llamó personalmente al padre de Abel y comunicó a la familia de la víctima que su futuro ya es cosa de la Justicia española.