Imagen de Juan Manuel Morales Sierra.

Juan Manuel Morales Sierra, a sus 21 años de edad, vivía solo en un piso del número 4 de la calle Can Gotleu, en el barrio de sa Gerreria, de Palma. Hacía poco más de un mes que se había independizado de sus padres. Los investigadores apuntan que en la actualidad no estudiaba y tampoco disponía de ningún trabajo conocido.

El arrestado había cursado un módulo superior de electrónica en el Instituto Politécnico de Palma. Era un joven conflictivo y muy antisocial. De hecho, en cierta ocasión remitió una carta en tono intimidatorio al centro escolar.

El joven mantenía una actividad muy constante en las diferentes redes sociales, donde tenía diversos perfiles. Era muy habitual que participase en distintos foros y comentase noticias, si bien siempre con alusiones de tipo racista y con tintes violentos.

En el registro realizado en su domicilio, los investigadores localizaron un diario personal. Tras leer el libro, los responsables del caso quedaron perplejos de los detalles e información que allí se plasmaba.

En el diario, Juan Manuel Morales especificaba con todo tipo de detalle la localización de los puntos estratégicos de la UIB donde tenía pensado colocar las bombas de tubo repletas de metralla y causar el mayor daño posible.

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El joven era muy solitario. De hecho, los agentes del Cuerpo Nacional de Policía tienen muy claro que actuó solo en todo momento y que ningún amigo o familiar tenía constancia de sus propósitos.

Era muy reservado y su única fuente de ingresos era los beneficios que obtenía participando en juegos on line de póquer por internet. Según parece, las timbas cibernéticas le iban muy bien. Era un lobo solitario, que encontraba su hábitat natural en la red.

La Policía Nacional le siguió el rastro y, en ningún momento, la vida de ningún estudiante o ciudadano corrió peligro alguno. Las vigilancias y seguimientos se sucedieron las 24 horas del día. En todo momento estuvo controlado, sobre todo cuando se disponía a recoger los 140 kilos de componentes químicos con los que quería montar una cadena de bombas.

Antes, agentes de paisano se habían escondido en el bar que visitaba, junto a su casa. O frente al portal, haciéndose pasar por simples transeúntes. Juan Manuel no lo sabía, pero todos sus movimientos eran espiados por un Gran Hermano policial. La clave era descartar que tuviera cómplices, con lo que la operación se habría complicado y el joven habría sido acusado de terrorismo.

Juan Manuel, el chico que odiaba a los estudiantes, quiso jugar con fuego y se quemó. O con bombas. Que afortunadamente no llegó a armar. Siempre quedará la duda de si el perturbado habría sabido hacer de esos 140 kilos de material un explosivo letal.