El candidato a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo. | Efe - Santi Otero

La campaña de las elecciones autonómicas y locales del 28 de mayo acabó de forma abrupta y sorprendente. Una dirigente regional alertó en público en pleno cierre de campaña sobre los supuestos intentos de amañar los comicios. La misiva llegó tras días de informaciones, de denuncias sobre intentos de compra del voto. Curiosamente, en la jornada siguiente a la cita con las urnas toda duda sobre los resultados electorales había quedado disipada. Al menos nadie hablaba ya en público de aquellos que quieren viciar el proceso democrático con artimañas e ilegalidades.

Poner en duda el sistema mediante el cual los ciudadanos designan a sus representantes en las Cortes resulta peligroso. No es algo nuevo ni exclusivo de nuestro país. Hay quien estos días recuerda cómo en Estados Unidos Donald Trump difundió toda clase de fake news y desinformaciones en la línea de denunciar un supuesto complot de las élites estadounidenses para mantenerle lejos de la Casa Blanca. ¿Cómo? A través de una supuesta manipulación del voto por correo.

En el caso de las elecciones generales del próximo 23 de julio resulta sorprendente que sean dirigentes del PP quienes, de una forma más o menos velada, pongan su foco inquisitivo en el voto por correo. A saber, todas las encuestas y barómetros electorales salvo el CIS de Tezanos sitúan a los conservadores en una clara situación aventajada. Aparentemente solo impugna el método aquel que se presume perjudicado por el mismo, o bien se presume en manifiesta inferioridad en la carrera que culmina en La Moncloa.

Aparentemente no tiene mucho sentido que Feijóo apueste por poner en duda el proceso electoral cuando va por delante. Otra cosa será gobernar, pero de momento él es el líder en cabeza de cara al 23J. Tampoco es de recibo la mención realizada a los carteros –que «hagan su trabajo independientemente de lo que les digan sus jefes»– por parte de un máximo interesado en la pulcritud del proceso del voto por correo que, por si fuera poco, en su día fue presidente de Correos durante casi tres años.

El movimiento no es del todo exclusivo del PP. Hace un tiempo el líder de Vox, Santiago Abascal, alentó de nuevo la desconfianza hacia el voto por correo en Madrid, y animó a quienes votaran de esa manera a acudir a las urnas el día de las elecciones. Dijo, erróneamente, que el voto presencial anularía el voto por correo, algo que sencillamente no es cierto. Aunque Feijóo no lo hubiera pedido, todo apunta a que los carteros trabajan lo necesario para que todas las papeletas, o al menos la gran mayoría, lleguen a buen puerto.

Algo en lo que también coinciden 'populares' y ultraconservadores es el señalamiento a los pactos calificados de indecentes de Pedro Sánchez. Los apoyos puntuales en Bildu y Esquerra han sido el elemento sustantivo para invalidar, según las derechas, toda la acción de gobierno del primer ejecutivo de coalición de nuestra democracia. La tendencia de desacreditar al adversario tiene una larga tradición pero resulta peligrosa como la nitroglicerina. El poso que queda tras la inoculación de la sombra de duda socava el sistema electoral, y por ende la misma democracia. Puede que, como pasó en mayo, la sombra de duda se despeje el 24 de julio. Que ese día luzca el sol y ya nadie se acuerde de esto, una vez terminado el recuento oficial y proclamado el ganador. Puede también que el daño causado haga imposible volver atrás. Veremos.