Concentración frente a una sede territorial del PSOE. | Efe - J.M. García

«Quién pueda hacer que haga». Las mesiánicas palabras del expresidente José María Aznar dieron paso a intensas jornadas de protesta, a citas en la calle a veces cívicas y sosegadas y otras violentas, frente a las sedes del PSOE por su negociación de la ley de amnistía con los independentistas. En efecto el presidente en funciones Pedro Sánchez ha dado el paso que el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, dijo no querer dar cuando tuvo la oportunidad de presentarse a la investidura. Era un planteamiento tramposo, naturalmente. El candidato ‘popular’ nunca concitó el interés del soberanismo. Sus amistades peligrosas con la ultraderecha parlamentaria de Vox imposibilitaron aquello que este jueves los socialistas sí han obrado.

«Quién pueda contribuir que contribuya» pidió Aznar a las bases y dirigentes de las derechas de España, y miles de ciudadanos se lanzaron a «puto defender España» como alguien esgrimió en las protestas de Madrid. Algunos convencidos del agravio compartieron insultos descarnados no solo contra Sánchez y todos los socialistas. Los periodistas, e incluso los policías fueron objetivos de la furia de quienes aun no han digerido los resultados de las elecciones generales del 23-J, cuatro meses después de producirse los comicios.

Las papeleras en llamas, el fuego a los contenedores, o las motocicletas desparramadas por la vía pública no contribuyen a implantar en nuestro país un clima de serenidad. Un debate serio y calmado que permita dirimir los temas más acuciantes. Es la eterna y difícil cuestión del balance entre la arbitrariedad y la responsabilidad. Qué grado de responsabilidad tiene todo un vicepresidente regional, como el castellanoleonés Juan García-Gallardo (Vox), al iniciar él mismo un cántico racista en la protesta frente a la sede del PSOE de Valladolid, proclamando a los cuatro vientos «esas lecheras, a la frontera».

Los días de alto voltaje político pregonan toda una legislatura de elevada intensidad. El acuerdo entre PSOE y Junts era previsible por posible, y porque a buen seguro ninguno de los dos saliera beneficiado de una nueva repetición electoral. Los únicos que en este país reclaman elecciones son Feijóo y en menor medida Santiago Abascal, embarcados en la siempre peligrosa tendencia de subir el tono, caldear el ambiente y alentar el choque en la calle con consecuencias imprevisibles. Si prospera la investidura y arranca una nueva legislatura del Gobierno de coalición progresista, apoyado en la mayoría plurinacional, posiblemente veamos cosas que sorprendan. Pero quién está exento de vicisitudes en estos días. El cordial pacto de Baleares entre PP y Vox, a la gresca con la libre elección de lengua en la enseñanza, desde luego no.