Rajoy en la cúpula estatal del Partido Popular ha defraudado las expectativas de quienes reclamaban cambios profundos, en especial de aquellos dirigentes más cuestionados. No ha sido así. El líder de los conservadores ha optado por una leve operación de maquillaje, un movimiento táctico para preparar la estructura del partido ante la próxima cita en las urnas que supondrá la convocatoria de las elecciones generales. La controvertida secretaria general, María Dolores de Cospedal, ha quedado confirmada en el cargo, igual que Javier Arenas como vicesecretario Regional y Municipal.

Nueva imagen. La salida de Carlos Floriano, hasta ahora vicesecretario de Organización, deja paso a Pablo Casado como responsable de Comunicación y con la misión de dulcificar la proyección pública del PP, muy castigada por los casos de corrupción y los recortes aplicados desde el Gobierno. Casado, un habitual en las tertulias televisivas, es la punta de lanza de una nueva estrategia destinada a contraponer el éxito de las políticas económicas de la legislatura, así entendidas por el PP, frente al riesgo que suponen para el gasto público las promesas populistas de Podemos y PSOE. Es, otra vez, la baza de Rajoy, el rigor frente al oportunismo que tanto rédito electoral le dio frente a Zapatero.

Moragas, la confianza. Junto con la entrada de Pablo Casado, la designación de Jorge Moragas, actual jefe de Gabinete de la Presidencia del Gobierno, es la prueba de que Mariano Rajoy quiere embocar el Partido Popular hacia la inminente confrontación electoral –descontando los meses de verano– que, con probabilidad, tendrá lugar en el mes de noviembre. Moragas es un hombre de la máxima confianza de Rajoy y espera que, con Casado, resuelva los problemas de transmisión a los ciudadanos de los mensajes del Partido Popular, eje central de las críticas internas para justificar los pésimos resultados en los comicios de mayo.