Hacía muchas décadas que los ciudadanos no comenzaban el nuevo año con la incertidumbre y la confusión con que acaba de nacer este 2016. Nadie sabe a ciencia cierta no ya qué Gobierno tendrá España sino incluso si habrá que volver a las urnas dentro de pocos meses. Tal grado de incerteza afecta, quiérase o no, a la economía y al correcto desarrollo de la dinámica social. Jamás se había hablado tanto de política en las sobremesas familiares de época navideña, en que las discusiones sobre los pactos entre partidos han inyectado excesiva seriedad a los tradicionales días de los villancicos y los brindis.

Dudas por doquier. Pero las dudas van mucho más allá de si en Madrid podrá formarse un Gobierno medianamente estable. En Catalunya la situación también es enormemente tensa. Este fin de semana las CUP deciden, como última oportunidad, si permiten a Artur Mas formar su Govern para intentar avanzar hacia la independencia, o si abocan al Principat a unos nuevos comicios dentro de dos meses. Casi nada. El factor catalán influye no sólo al generar un clima general de intranquilidad sino que también enturbia la dinámica de Madrid. Importantes barones del PSOE le han dejado claro a Pedro Sánchez que, en ningún caso, pacte un referéndum ni con Podemos ni con nadie sobre la separación de Catalunya.

La salida de la crisis. Todos los indicadores económicos apuntaban a que 2016 podía ser el año en que quedase sedimentada la recuperación económica. Se respira más ambiente de consumo, la salud de la mayoría de empresas va mejorando poco a poco, se recupera la inversión inmobiliaria y hay más predisposición en las entidades bancarias a la concesión de créditos. Pero mientras no se aclare el panorama político, estos indicadores, con ser altamente esperanzadores, no son suficientes para mirar el futuro con franco optimismo. Mientras las instituciones no retomen su pulso normal crecerá la desazón en un año que inicia su andadura entre nubarrones y temores.