Decenas de miles de personas se manifestaron ayer en Barcelona para defender la unidad de España y pedir al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemong, que ponga fin a la deriva soberanista. Las cifras de asistentes oscilaron, según los distintos medios, entre las 350.000 y más de un millón de personas. Poco importa eso. Porque lo que nadie podrá discutir es que es la gran manifestación a favor de la unidad de España que se ha celebrado nunca en Barcelona, donde siempre tienen más presencia las esteladas que las banderas españolas. No es una cuestión baladí que los catalanes residentes en Barcelona salgan a la calle a pedir unidad y el fin del proceso soberanista.

Mensajes claros. La manifestación contó con la presencia del escritor peruano Mario Vargas Llosa, quien recordó que los nacionalismos habían provocado muchos desastres y «muertes en Europa». Vargas Llosa recordó que Barcelona siempre había acogido a personas con inquietudes artísticas y que se trataba de una ciudad cosmopolita, muy cerca de Europa. El socialista Josep Borrell también abogó por poner fin a la deriva nacionalista y lamentó que los empresarios que ahora se van de Cataluña no diesen antes su opinión sobre el proceso. Es un razonamiento cargado de razón. Ha faltado valentía empresarial frente a las decisiones erróneas de la Generalitat durante muchos meses. Sólo unos pocos empresarios se han atrevido a cuestionar a Puigdemont. Los demás han callado.

Un final con cordura. Esta semana que empieza está prevista la comparecencia de Carles Puigdemont en el Parlament, teóricamente para explicar los acontecimientos de estos últimos días. Sería el momento para que el presidente catalán anunciase que vuelve a la legalidad, que descarta la independencia, y que convoque unas nuevas elecciones autonómicas. Sólo con una nueva configuración de la Cámara autonómica se puede intentar una aproximación al Gobierno español en los próximos meses. Con Puigdemont será imposible.