El coordinador de Izquierda Unida, Julio Anguita, se ha destacado, en los últimos tiempos "un plazo bastante largo, por cierto", por su testaruda inflexibilidad. Sólo contra el mundo, está dividiendo su partido y hundiendo lo poco que queda de él. Su estribillo, programa, programa, programa, no hace más que demostrar su nula capacidad de adaptación a los nuevos tiempos y a la necesidad de negociar en base a las reglas permanentemente inmutables: ceder algo a cambio de obtener algo.

El señor Anguita ha nadado contra corriente con una testarudez digna de mejor causa, convirtiéndose en flagelo del PSOE y de todas aquellas fuerzas de izquierda que no estuvieran en su onda. Las consecuencias comenzaron a comprobarse hace ya tiempo con graves escisiones, abandonos notables y descensos en las confrontaciones electorales. El descalabro producido en las del domingo ha obligado a Anguita y quienes le arropan a presentar la dimisión de sus cargos.

Pero él ya se prepara su propia sucesión. Argumenta que abandonará el cargo pero avisa de que, en caso de que se le solicite su continuidad, sólo seguirá al frente de IU si se acepta su programa, programa, programa, así que ya están avisados quienes propongan su continuidad porque no harán otra cosa que reforzarle, a él y a sus compañeros de comité, ofreciéndoles un cheque en blanco.

Quien acaba de calificar a Javier Solana de criminal de guerra y se encastilla en su puesto, pese a su estado de salud y los continuados estrepitosos fracasos, no da un ejemplo de democracia ni tolerancia, sino de todo lo contrario. Ser contrario a la OTAN y la integración española en la alianza es lícito, pero comparar a Solana con Milosevic, sólo demuestra que Anguita representa lo peor de una izquierda que merece mejor representante.