Los ciudadanos de Eivissa tienen la esperanza de que la recta final en la que por fin el Castillo de Dalt Vila parece haber entrado sea irreversible a pesar aún de los numerosos trámites que aún ha de superar. El único punto de controversia vuelve a ser que su interior pueda acoger un hotel de lujo, una solución denostada en anteriores ocasiones pero que puede convertirse en el más firme reclamo para una zona que no logra levantar cabeza. La razón es bien sencilla: si hay que estimular la recuperación social de la parte antigua de la ciudad es necesario promover su utilización y esto sólo se puede hacer mediante reclamos evidentes, no con ensoñaciones, y un hotel, una cafetería o un buen restaurante -en menor medida otras instalaciones- son, evidentemente, razones poderosas para que los ciudadanos vuelvan a subir con normalidad y asiduidad a Dalt Vila para disfrutar de sus calles y rincones. Eivissa está orgullosa de la zona que ha liderado y conseguido la declaración de Patrimonio de la Humanidad pero no ha logrado revivir el barrio. Las limitaciones y dificultades físicas de este espacio, el deterioro de sus inmuebles e infraestructuras y el enriquecimiento de la población provocaron un éxodo que, paradójicamente, es posible invertir si utilizan bien las cartas en juego. El mercado inmobiliario, que es pragmático, conoce el potencial de este barrio y ha tomado ya posiciones estratégicas. Hoy por hoy es difícil encontrar una casa en venta que no tenga un alto precio. Es lógico, puesto que las perspectivas de crecimiento económico siguen siendo buenas y el flujo de gente con recursos que se instala entre nosotros se mantiene constante y apostará por las zonas de mayor valor histórico cuando éstas recobren la vida. Todo, pues, está preparado para el gran salto.