La actitud de incondicional apoyo del Ejecutivo español al proyecto bélico de Washington, sorprendente carta incluida, ha sido criticada por aquellos que juzgan que supone un factor de peligrosa escisión en el seno de la Unión Europea en momentos en los que procedería una política de cohesión al respecto. La intransigencia de Blair, Aznar y Berlusconi, a la que se unen unos países del Este que hacen cola para entrar en Europa y que esperan la posterior ayuda norteamericana como si del maná se tratara, choca frontalmente con la postura del eje franco-alemán, partidario de buscar vías que eviten la guerra contra Irak. Pero el problema al que se enfrenta ahora Aznar es de mayor magnitud ya que a esa escisión en Europa a la que ha conducido su docilidad ante los designios de Bush, hay que añadir la escisión que igualmente está provocando su irreductible actitud en el interior de nuestro país. En efecto, todos los partidos -incluidos los nacionalistas catalanes y canarios, socios habituales del Gobierno- excepción hecha del Partido Popular, rechazan hoy una declaración prácticamente unilateral de guerra como aquella a la que aspira Estados Unidos. Todos los representantes de estas formaciones, absolutamente todos, consideran que es un error emprender una guerra en las actuales circunstancias sin el beneplácito de la ONU. Puestas así las cosas, a Aznar le va a costar un cierto trabajo el próximo miércoles, cuando se presente ante el Congreso para informar, simplemente informar, de su decisión al respecto, el razonar convincentemente los motivos que se hallan tras su política. Y más allá de ello, aún le va a suponer un esfuerzo mayor el responsabilizarse ante la sociedad española de haber roto en este caso el tradicional consenso de las fuerzas políticas del país en materia de política exterior. Le convendría reflexionar muy seriamente en torno a ello.