La Delegación del Gobierno en Balears acaba de vivir un relevo motivado por las próximas elecciones municipales y autonómicas a celebrar en mayo, que cuentan con la delegada saliente, Catalina Cirer, como candidata a la Alcaldía de Palma. Su sucesor, Miquel Ramis, ha llegado al cargo con la lógica ilusión y con un mensaje de manos tendidas hacia las instituciones locales, a pesar de la diferencia de color político.

Es una buena manera de entrar, sentando las bases para un futuro entendimiento basado en el diálogo y el contacto permanente. La figura del delegado del Gobierno que, en ocasiones, no ha encontrado demasiado eco entre la población, se ha convertido en los últimos años en algo mucho más cercano a la ciudadanía. Quizá la peculiar forma de ser de Catalina Cirer haya influido en este cambio, por su carácter afable y popular.

Ahora le toca a Miquel Ramis moldear su propia forma de hacer las cosas. No será fácil, si tenemos en cuenta que desde Madrid -él será el representante en las Islas del Gobierno central- las relaciones con el Govern balear no han sido todo lo cordiales que se desearía. Todo lo contrario. Y quizá ahora, con una cita electoral a las puertas -el 25 de mayo- y otra en perspectiva -a mediados de 2004 se celebrarán elecciones generales- la tensión política se dispare todavía más.

Por eso es de agradecer el discurso conciliador, moderado y razonable de un hombre del Partido Popular que llega a la Delegación con ganas de establecer cierto acercamiento. «Estaré al servicio del Govern desde la honesta discrepancia», dijo en alusión a esa dicotomía entre el deseo de establecer un puente de comunicación entre las instituciones y la realidad de partidos políticos rivales. Lo que debe prevalacere es el interés general a partir del respeto a las competencias de cada una de las administraciones, la autonómica y la central.