Prácticamente a la chita callando -el decreto correspondiente se publicó, sin previo anuncio, el pasado día 6 de octubre- el Gobierno de los Estados Unidos, de forma totalmente unilateral, ha llevado a cabo una «reforma» de su política espacial que en líneas generales refuerza su dominio del espacio e impide el acceso al mismo a países que puedan ser considerados como adversarios. Quedan así atrás casi sin efecto las directrices aprobadas hace 10 años bajo mandato de Clinton, que veían en la política espacial la posibilidad de elevar el conocimiento de nuestro planeta, del sistema solar y del universo, mediante la exploración por el hombre.

Ahora, con el denominado plan de Política Nacional del Espacio, los Estados Unidos se han investido a sí mismos como dueños y señores del espacio exterior en nombre de una supuesta seguridad militar. El plan es más ambicioso de lo que en primera instancia pueda parecer, ya que amén de la posibilidad del lanzamiento de armas en la órbita terrestre, permite el control, y explotación, de todo lo relacionado con la telefonía móvil, los sistemas de navegación, y muchos de los aspectos relacionados con la aplicación de las modernas tecnologías.

La jugada es, pues, de enorme alcance. El Gobierno norteamericano ha querido garantizar su total libertad de acción en el espacio conforme a sus intereses, denegando esa misma libertad a sus posibles adversarios, e incluso competidores, haciéndolo, eso sí, en nombre de la defensa del país.

No era suficiente con el dominio que USA tiene por mar y aire, y había que dejar claro que también el espacio exterior, de todos y en principio de nadie, es feudo norteamericano.