La revelación de la existencia de una presunta trama de espionaje político en el seno de la Comunidad de Madrid ha sido la mecha que ha encendido, de nuevo, el enfrentamiento entre dos grupos del Partido Popular madrileño, liderados por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, que también tiene su reflejo en la estructura estatal de la formación política que preside Mariano Rajoy.

El cruce de acusaciones entre Aguirre y Gallardón a cuenta de las operaciones de espionaje interno "que el juez considera que tiene indicios delictivos" amenaza con resquebrajar la débil unidad del Partido Popular a la que, con más voluntad que poder, apela Rajoy en sus intervenciones públicas. Los dos políticos madrileños no quieren perder posiciones en su particular lucha sucesoria que, con casi total seguridad, se abrirá si los resultados electorales en las citas de Galicia y el País Vasco no responden a las expectativas de los conservadores.

Lo cierto es que el espectáculo que está ofreciendo en estos momentos el Partido Popular no favorece, en absoluto, su imagen política salpicada por las polémica fotografía de su portavoz en el Congreso y, lo que todavía es peor, la pérdida de su carácter monolítico en el terreno ideológico y estratégico. Aguirre y Gallardón representan dos modos diferentes, si no antagónicos, de un mismo partido y si esta pugna no se acaba de inmediato corre el riesgo de romperlo; tal y como intuye Rajoy.

El próximo 1 de marzo se ha convertido en una fecha clave para el Partido Popular y su presidente, Mariano Rajoy, en función de cómo quede en las urnas la tensión que se vive en Madrid, entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, se irá desplazando al resto de las Comunidades Autónomas. Éste es el peligro que se quiere evitar a toda costa.