Hasta que cada isla no decida y desarrolle su propia promoción turística, la pretendida identidad balear va a mantener fricciones constantes en su base dada la importancia de este sector económico en el conjunto del archipiélago, especialmente en las Pitiüses. De nuevo Fomento del Turismo de Eivissa con sus consideraciones en la asamblea del viernes, el Consell en su intento de marchar con un total consenso político, sindical y patronal sobre el Govern balear de manera unitaria y contundente y los propios hechos de la Conselleria balear de Turisme con sus planteamientos de estrategias de mercado (de nuevo Mallorca acapara casi escandalosamente el espacio promocional previsto para la World Travel Market, en Londres) ponen en evidencia que no se está en un momento fino del reparto de recursos. Las causas pueden ser múltiples: tal vez por el hecho de que una crisis económica planetaria genera una tensión añadida a las tradicionales suspicacias y desconfianzas, tal vez porque cada año se hacen más evidentes las diferencias de cada modelo turístico y el error de intentar buscar una aglutinación de éstos o tal vez porque, simplemente, no interesa evolucionar si eso conlleva un cambio en la distribución de los pesos específicos de cada una de las islas. La fecha oficial para que cada consell asuma las competencias de promoción turística, en la segunda mitad de 2011, aún es lejana y las dotaciones parecen condenadas, con estos precedentes, a una larga y tensa negociación, pero el desarrollo hasta entonces merece de una especial consideración hacia las necesidades básicas de cada una de las islas, un objetivo que, en ocasiones, parece, de repente, olvidarse, con el consiguiente riesgo. Y con las cosas de comer no se juega.

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