La familia es la institución más antigua y más importante para la persona. El libro del Génesis nos cuenta como después de crear Dios al hombre, creó a la mujer y los dos forman una familia. El Papa Francisco nos decía recientemente: "Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de la creación se dice: «Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó... Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gn1, 27; 2, 24). La imagen de Dios es la pareja matrimonial: el hombre y la mujer; no sólo el hombre, no sólo la mujer, sino los dos. Esta es la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es hermoso. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva" (Audiencia general del 2 de abril de 2014).

Desde la creación, pues, la familia es el núcleo de la sociedad que es necesario cuidar y fortalecer. La familia, nacida del amor entre un hombre y una mujer –lo cual es reflejo del amor de Cristo por su Iglesia- acogiendo en su seno el milagro de la vida y afrontando cohesionada los embates cotidianos es la base de las sociedades más libres, prósperas y justas.

Hoy, por la situación que vivimos, es necesario afrontar los retos que nuestro mundo contemporáneo plantea a la familia, retos que no son pocos. El primero de ellos es que muchos, demasiados, jóvenes hoy ya no se casan. Por un lado se pone en duda la fiabilidad del amor, y en consecuencia que sea para siempre. No es fácil que los jóvenes crean en la solidez y permanencia del amor y por eso, el primer paso para favorecer la institución familiar ha de ser acompañar y generar la esperanza de los jóvenes.

Y el origen de todo eso, como el de tantos desafíos que hay que afrontar en otros aspectos, es la secularización que hoy se vive. En lugares de antigua tradición católica está habiendo una pérdida del sentido de la fe, mientras que en otros la religión cristiana se reduce a un conjunto de valores, ideas o actividades, perdiendo aquello que es lo fundamental: el encuentro con Jesucristo, el seguirle, el escucharle y el organizar la vida de acuerdo con sus enseñanzas. La verdad del matrimonio como sacramento y no sólo como una simple convivencia sólo se puede comprender desde la fe y sus exigencias.

La defensa y promoción del matrimonio y de la familia exigen cuidar y promover la educación afectiva de la juventud. Con preocupación y tristeza veo que hay jóvenes que viven de espaldas de lo que propone la Iglesia; muchos rechazan vivir y disfrutar su amor con total fidelidad en el seno de un matrimonio indisoluble, tienen miedo o rechazo al compromiso para siempre.

Ello nos exige una fomentar una preparación al matrimonio y a la familia desde siempre, entrando a ser una de las prioridades educativas y pastorales. Esta es una gran responsabilidad que tienen las familias, que tenemos las parroquias, que tienen los colegios, que tiene la sociedad en general. Un niño, un joven que vive y descubre lo que es el matrimonio y la familia deseará que ello forme parte de su vida. Es menester que desde el comienzo se eduque en la dimensión personal y afectiva de la persona, ser llamado a la sociabilidad, la fecundidad, la responsabilidad, la comunión.

En mi artículo en la Hoja diocesana de junio me refería a la responsabilidad de cada familia en la evangelización de sus miembros, pues la familia es la primera escuela. Deseo, pues, reavivar la animación a las familias de Ibiza y Formentera a que sean también la escuela de formación de las nuevas familias, familias como siempre, familias buenas, unidas, solidarias, donde sus miembros sientan el deseo de crear nuevas familias que sean el verdadero germen de nuestra nueva y mejor sociedad, anticipación del Reino de Dios.