Se acerca la temporada de chubascos... como cada año, coincidiendo con los últimos estertores del verano. Ahora que aún quedan varias semanas, es sano y necesario que nos acordemos de estas
fechas y lo que suele producirse en ellas: las famosas ‘tabanades’ o ‘ruixats’ de finales de agosto y principios de septiembre.

Tras el largo y sofocante verano pitiuso, la atmósfera busca el momento de liberar su energía acumulada, y normalmente lo hace a través de chubascos puntuales y bastante intensos.
Pero claro, ya se dice que ‘nunca llueve al gusto de todos’... Y en estas fechas, cuando llueve, se lía la marimorena.

Para ponernos en situación, propongo hacer un somero análisis de las circunstancias: Por un lado, sabemos de la ferocidad de alguno de estos chubascos, sobretodo tras veranosespecialmente tórridos.
También está el exceso de población “flotante” de las islas, lo que provoca un importante incremento del caudal de aguas fecales en la red de alcantarillado.

Por otro lado, la cuenca natural que es Eivissa para con torrenteras y aliviaderos que confluyen en Vila; desde Sant Rafel hasta Jesús, desde Can Mariano hasta Dalt Vila, todo desagua en nuestra ciudad. Será cosa de la ley de la gravedad.
Igualmente, los imbornales y desagües de las vías públicas se ven bloqueados por desperdicios y basura de todo tipo, lo que también evidencia un serio problema delimpieza municipal. Y de instalaciones deficientemente planificadas o conservadas.
Y por último, el simple hecho de que durante casi dos meses -julio y agosto- prácticamente no llueve en las pitiusas...

En estas condiciones, no hace falta siquiera que suframos una ciclogénesis explosiva u otro fenómeno meteorológico de índole agresiva. Simplemente con meter en la coctelera los ingredientes (chubasco con mala leche, saturación de la red de alcantarillado, falta de limpieza y drenaje de los imbornales y desagües, acumulación de basuras...) ya tenemos todas las papeletas para que nuestra ciudad se convierta en una asquerosa y maloliente pista de patinaje. Quien ya lo ha vivido, sabe que no exagero. Y para los que esto sea una novedad, espero de todo corazón que no tengan que soportarlo.
Si dentro de unos días o semanas, el cielo empieza a cerrarse y el bochorno se hace insoportable, muy probablemente tendremos lluvia.

Esta lluvia normalmente caerá de manera intensa y rápida, lo que saturará las redes de alcantarillado. Redes que, por otro lado, no suelen tener separadas las aguas fecales de las pluviales...
Dado que estas redes confluyen en Vila, es aquí donde se debería bombear todo lo que viene, que no es poco. Y así aliviar las alcantarillas de una evidente e inevitable sobrepresión. Pero claro: como siempre llueve sobre mojado, es en esta época cuando las redes están más sucias y saturadas. Sólo hay que mirar dentro de algún aliviadero o desagüe de la zona de Es Pratet, para ver que el nivel del agua está casi a ras de calle y compuesta de un engrudo marrón de desperdicio, basura y agua a partes iguales. Mejunje.
Si somos capaces de imaginarnos la cantidad de líquidos y sólidos que discurrirán bajo nuestros pies en esos momentos, es muy normal esperar que ocurra lo que sobrevendrá después:
Tapas de alcantarilla saltando varios metros de altura; fuentes de heces mezcladas con mejunje, colmatando absolutamente todas las calles del centro de la ciudad; ratas y cucarachas huyendo del caos turbulento y bajo enorme presión que se produce en sus hábitats naturales; y claro, ocupando calzadas y aceras con frenesí.
Bajos de casas y negocios inundados de todo esto (por no ser excesivamente escatológico), al mismo tiempo que, muy probablemente y en estas condiciones de tormenta con aparato eléctrico, la luz podrá fallar. Dejando toda la instalación de alcantarillado de Vila y sus bombas de achique e impulsión pendiendo de un hilo...
Se teñirá de marrón el agua del puerto, al no poder aliviar el colector general todo lo que se le vendrá encima.
En resumen, el centro de Vila se convertirá en un lodazal de mejunje, ratas y cucarachas. Y eso sin contar con los innumerables accidentes de tráfico que se producirán al no ver los conductores que, bajo esos 40 centímetros de engrudo, ya no estará la tapa de alcantarilla de turno, y sin poderlo evitar “meterán la rueda” en una de esas trampas.

Tras el caos inicial, y si con suerte la lluvia remitiera, poco a poco las aguas volverían a su cauce. Dejando tras de sí un estercolero resbaladizo y grasiento que antaño eran calles y aceras.
Por supuesto, el hedor será insoportable y el riesgo de caída para los transeúntes será cierto. Porque quien no lo haya vivido, no se puede imaginar lo resbaladizo que es el mejunje que queda apegotado en cuanto las aguas se empiecen a retirar.
Ojalá esta temporada no tengamos una ‘tabanada’ de despedida del verano. Es increíble que nos siga pasando lo mismo cada año, y además de la mala imagen que transmitimos a los visitantes, es un riesgo evidente no sólo para la salud, sino para la seguridad vial y general.
Me gustaría pensar que algún día podremos poner solución a los problemas de diseño y planificación que sufrimos en Vila, sobretodo en cuanto al sistema de alcantarillado se refiere.
No es ya un tema de país tercermundista, sino de previsión. Como el túnel de Can Cifre y otras ‘perlas del diseño y la buena inversión’.

Que parece mentira que vivamos en una isla ciertamente pequeña, y no sepamos sacarnos las aguas de encima con mayor diligencia y eficacia.
Estoy seguro de que simplemente aplicando con cabeza la Ley de la Gravedad (y con algún conocimiento añadido de dinámica de fluidos), podríamos evitar esta terrible y asquerosa impresión, indeleble en las retinas y las pituitarias de muchos turistas y residentes.