El pasado domingo os escribía que en los sucesivos artículos dominicales que, gracias a la amabilidad de este Periódico de Ibiza y Formentera voy publicando, iría desarrollando aspectos de los dos Años –Jubilar Teresiano para la Iglesia en España, y de la Vida Consagrada para la Iglesia universal -que el Papa Francisco ha convocado para este año. En ese proyecto, pues, vamos a ir adelante en estas semanas, a hablar un poco sobre Santa Teresa de Jesús, para que la celebración de su Año Jubilar sea provechosa también en Ibiza y Formentera.

Teresa de Cepeda y Ahumada, Teresa de Jesús, nace en Ávila el 28 de marzo de 1515 y muere en Alba de Tormes el 15 de octubre de 1582. Teresa fue una mujer adelantada a su tiempo, cristiana cabal y admirable, mística y andariega, reformadora, pero sobre todo y, eso es importante, es su triunfo y es lo que debemos buscar todos nosotros, fue santa. Le tocó vivir tiempos recios en la Iglesia y en el mundo, pero -como ella decía- «en tiempos recios, son necesarios amigos de Dios».

Nos encontramos en el quinto siglo después de su nacimiento y Teresa de Jesús no ha pasado de moda; su ejemplo sigue siendo válido y necesario para los creyentes de hoy y de todos los tiempos como fuente inagotable de virtud y de verdadera renovación y reforma.

La historia nos enseña que los santos son capaces de superar las crisis, los momentos difíciles, las dificultades. Teresa de Jesús, sacando fuerzas de flaqueza, pero confiando en Dios, a través de su unión esponsal con Jesucristo, reformará la Orden Carmelitana, fundará nuevos conventos, describirá como nadie las etapas y los estadios del alma y de su camino de perfección, alcanzará la séptima morada del castillo interior y será para siempre maestra de vida y de oración. La clave de la vida y de la obra fundadora y reformadora de Teresa fue su amor apasionado por Jesucristo.

En tiempos recios como los que vivimos figuras como Teresa de Jesús, con el ejemplo de su vida y con la doctrina de sus escritos, nos pueden ayudar a contagiarnos de ese amor a Jesús y hacer todo en beneficio de los demás. Las crisis en la Iglesia, y también las crisis del mundo, son crisis que vienen por falta de santos. Si en el mundo hay santos, no hay crisis porque lo que buscan los santos es servir a Dios y ayudar a los demás.

Como enseña el Papa Francisco en Lumen fidei (n. 47), amar significa mirar bien y comunitariamente la realidad, es decir, "la experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada". Al contemplar a los demás como Cristo los ve, Teresa de Jesús se conmovía por quienes, no participando de la alegría de la fe, se sumergían en la tristeza eterna. Ella se determina a hacer lo que sea para ofrecer a sus hermanos el gozo de la salvación. Su contacto asiduo con el Resucitado llevaba a la santa no solo a cambiar su vida, sino también a transformar las estructuras eclesiales para responder adecuadamente a la modernidad, sin perder la identidad. Esa es precisamente la tarea que los cristianos estamos llamados a afrontar en esta hora: una conversión que sólo es auténtica si es fecunda, si nos pone en estado de misión. La felicidad irradia, es contagiosa, y permite a cuantos nos rodean vislumbrar la belleza de Aquel cuya luz disipa toda tiniebla.

Vale la pena, pues, acercarnos a la figura de Santa Teresa, aprender tantas cosas de ella, y así este Año Jubilar Teresiano nos ayudará a todos a una renovación hacia lo mejor desde Cristo, con Cristo, por Cristo y hacia Cristo.