Nos encontramos en el primero de los cinco domingos de Cuaresma. Los que hoy asistáis a la celebración de la Santa Misa –cosa que desde mi experiencia como cristiano recomiendo vivamente sabiendo que con ello os deseo algo bueno- o quienes por imposibilidad al menos hayáis seguido algo de la misma por alguno de los medios de comunicación social, radio o televisión, escuchareis la lectura del Evangelio de Marcos donde se nos cuenta que Jesús fue tentado durante 40 días en el desierto, y venciendo esas malas incitaciones, comienza su vida publica de maestro, de pastor, de persona que ama e invita a los demás a amar sensatamente.

Jesús, en el desierto, luchando efectivamente contra las tentaciones del diablo, como también las tenemos nosotros, vence y así hace las maravillas que nos presenta el Evangelio. Ante esos hechos, uno se convence de que es bueno, que es lo mejor, que es lo más agradable, vencer al mal y vivir de acuerdo con el bien. En este sentido, el Papa Francisco, Pastor de la Iglesia universal, en su servicio de maestro, ha publicado, como es costumbre cada año, el Mensaje para la Cuaresma del año 2015. Y en esta Cuaresma el Papa nos ha puesto como lema: "Fortaleced vuestros corazones", frase tomada de la Epístola de Santiago 5,8.

Con este mensaje el Papa quiere animarnos a vencer a la indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios. Nos dice que cuando nos olvidamos de los demás –algo que Dios nunca hace- "no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos".

Dios no es indiferente a nunca a nadie. Con Jesucristo Dios ha abierto definitivamente una puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia, acogiendo la misión de Jesucristo es como la mano que, con el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos y el ejercicio de la caridad, mantiene abierta esa puerta.

La Cuaresma nos tiene que renovar, tiene que ser un tiempo en el que no nos quedemos indiferentes, no estemos cerrados en uno mismo. Con los medios de la oración más intensa, el recurrir a los sacramentos, la escucha más fuerte de la Palabra de Dios, será posible la reovación; y renovados eso nos tiene que configurar. De ese modo la celebración de la Pascua, de la Resurrección de Jesús, el acontecimiento más grande que ha habido en la historia tras la creación, será algo colosal.

Adelante, pues, con los pasos propios de la Cuaresma: arrepentirnos de nuestros pecados y cambiar todo lo que podamos para ser mejores y estar más cerca de Jesús; recuperar el ritmo de vida propio del creyente, del hijo de Dios; hacer del tiempo un tiempo de perdón, de eliminación de las diferencias y separaciones entre nosotros: cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

Seguiré presentando en los próximos artículos los pasos que el Papa Francisco nos sugiere para esta Cuaresma.