Este domingo, 15º de marzo, es el cuarto domingo de Cuaresma. Un camino que estamos viviendo con las enseñanzas del Papa Francisco. La primera de las frases que el Papa nos ofrece en e1 proceso cuaresmal que estamos viviendo es «Si uno mismo sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26).

La experiencia nos enseña que si una parte de nuestro cuerpo duele, ese dolor influye en toda la persona; así, si nos duele una muela, si tenemos una herida en un dedo, etc., hasta que desaparezca ese dolor, influye en todo el ser: si una parte del cuerpo duele, el dolor llega a todo. Así es (o así debe ser) cuando un miembro del cuerpo de Cristo sufre. Debemos simpatizar – palabra derivada de las palabras griegas syn y pathos – sentir juntos. Es decir, el dolor de otros cristianos debe ser nuestro dolor. Si no lo es, no estamos sintonizados con el plan de Dios y debemos orar para que Dios reoriente nuestro pensar y sentir.

Dios no es indiferente ante ninguna persona y por el conocimiento del amor de Dios que tenemos, vemos pues que tampoco nosotros hemos de ser indiferentes: el cristiano, unido a Jesús por el bautismo, enriquecido por la asistencia del Espíritu Santo, hecho hijo adoptivo del Padre y miembro de la familia cristiana, ha de comportarse como ese Hijo que es Jesús. Y la Cuaresma es un tiempo en el que por la reflexión y el compromiso se vayan dando pasos en ese sentido. A este respecto escribe el Papa en el comentario a esta frase de la Epístola de Santiago: "El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen "parte" con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre".

Acogiendo, pues, estas palabras del Papa la Cuaresma nos impulsa a imitar a Jesús y de ese modo ir siendo como Él, como nos corresponde. Para ello, es importante, más aún necesario escuchar con mayor interés, con más tiempo, con mas fuerza, la Palabra de Dios y acercarnos a la recepción de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia. Así nos vamos asimilando más a Cristo, y como en Él no hay indiferencia ante ninguna persona, la evitamos de influir en nuestros corazones.

Los Evangelios nos presentan a Jesús tan cercano a quien lo necesita: aquel ciego de Jericó (Mc 10, 46-52), que los otros le querían hacer callar, aquella mujer pecadora que iba a ser ejecutada (Jn 7,53-8,11), aquella madre que lloraba por la muerte de su hijo (Lc 7,11-17), aquel poseído por un espíritu inmundo (Mc 1, 23-27)… cuantos ejemplos al respecto nos ofrece los Evangelios, presentándonos a Jesús nunca indiferente ante los demás, enseñándonos que "Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Cuaresma, pues, una evocación a vivir en esto como Jesús, compartiendo con los demás las cualidades que uno ha recibido, y si Dios nos las ha entregado es para que las usemos como lo haría Él. Y ello además no sólo haciéndolo nosotros, sino moviendo a los demás a vivir de ese maravilloso modo; como dice el Papa: "Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.".