Hace unas semanas, el IV domingo de Pascua, que era la fiesta del Buen Pastor y también la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, escribí un articulo en este Periódico de Ibiza invitando a orar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, tan buenas y necesarias para la vida de la Iglesia y del mundo en general y también, naturalmente, en nuestras Islas de Ibiza y Formentera.

El Papa Francisco después de ello, ha querido insistir también en la vocación al matrimonio; particularmente en sus intervenciones en las audiencias generales de los miércoles desde el pasado 29 de abril nos está hablando del matrimonio.

Recordando esas enseñanzas del Papa y teniendo presente que en los meses de verano en Ibiza y Formentera se celebran muchos, incluso muchísimos matrimonios en nuestras iglesias, tanto por habitantes de aquí como por parejas que, sirviéndose de la belleza y admirables cualidades de nuestras Islas, vienen a llevarlo a cabo aquí, vamos a reflexionar un poco sobre eso.

Que se celebre un matrimonio es algo bueno. El Papa nos recordaba que «es un hecho que las personas que se casan son cada vez menos; esto es un hecho: los jóvenes no quieren casarse…Una de las preocupaciones que surgen hoy en día es la de los jóvenes que no quieren casarse: ¿Por qué los jóvenes no se casan?; ¿por qué a menudo prefieren una convivencia, y muchas veces «de responsabilidad limitada»?...Las dificultades no son sólo de carácter económico…En realidad, casi todos los hombres y mujeres quisieran una seguridad afectiva estable, una matrimonio sólido y una familia feliz… pero, por miedo a equivocarse, muchos no quieren tampoco pensar en ello; incluso siendo cristianos, no piensan en el matrimonio sacramental, signo único e irrepetible de la alianza, que se convierte en testimonio de la fe. Quizás, precisamente este miedo de fracasar es el obstáculo más grande para acoger la Palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal y a la familia».

Venciendo pues estas dificultades que señalaba el Papa Francisco y que enseña que hay que superar, siento el deber de animar y felicitar a las parejas que se casan y se casan como aquella pareja que en Caná de Galilea tuvo a Jesús en su boda y fue ayudada por Él para llevar adelante su compromiso.

Las parejas que se convierten en esposos cristianos lo hacen acogiendo una vocación particular, específica, concreta, que Dios les da llamándolas a que sean un don, una entrega total y para siempre de uno al otro, compartiendo los bienes naturales y sobrenaturales de los que son depositarios. Esa entrega mutua se empieza y consagra en la celebración del Sacramento del matrimonio y continua desde entonces para siempre, día a día en la vida común.

Así los esposos cristianos están llamados a hacer visible el amor de Dios en ellos, expresión del amor que Dios tiene a cada uno. Y unidos uno con una y para siempre, los esposos cristianos tienen una misión para la Iglesia y para el mundo. Con los dones que cada uno y cada pareja recibe son responsables de la dilatación del Pueblo de Dios, y una de las manifestaciones de esa responsabilidad es el servicio que han de ofrecer para que nazcan en sus hogares otras vocaciones de especial consagración, como son los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, etc. además de ciudadanos coherentes, honestos, eficaces.

Los esposos cristianos llevan adelante este servicio a la comunidad si organizan su familia de modo que sea una "iglesia doméstica", es decir, un ambiente donde actúe la presencia de Dios. Por eso, los esposos cristianos han de crear en su hogar un clima lleno de afecto equilibrado y de auténticos valores humanos y cristianos, ofrecer siempre el testimonio de una práctica cristiana que sea el estilo propio de vida y de constante atención y ayuda a todos, viviendo todo eso con alegría.

A las parejas, pues, que se casan en estos meses mi felicitación por ese paso importante y animarlas, ofreciéndoles la ayuda necesaria para ello, a que realicen su específica vocación matrimonial y familiar según el proyecto providencial de Dios y ser así ese "terreno fértil" donde se promueve una sociedad mejor, más justa, más humana, como Dios tiene previsto.