E n cuestión de días el ritmo de la isla ha dado un giro pasando de la actividad frenética al modo slow o viceversa, en función de como le va a cada uno el envite.
El bullicio de hace unos días en zonas como Platja d’en Bossa ha dado paso a cierta tranquilidad en el epicentro del ambiente clubber en la temporada alta. Allí, con los cierres, se pasa del ritmo frenético al slow de la noche a la mañana, aunque algunos alargaron el closing hasta el más allá.
La otra cara la encontramos en la actividad frenética para poner en marcha diversas obras en la isla. Tras los 100 días de gracia, ha llegado la hora de las obras, necesarias, muy necesarias algunas, pero con un orden. Recuerdo que cuando llegué a Eivissa, allá por junio, me chocó el hecho de que un edificio vetusto y que podría ser un serio peligro para la integridad física de algún transeúnte, no se demolía, de momento, porque el voladizo de su entrada principal servía como improvisada marquesina para los turistas o lugareños que esperaban el autobús en Isidor Macabich. Lo dejaban para después del verano. Acabada la temporada, el pasado martes, las piquetas empezaban a tirar la vieja sede de la Delegación del Gobierno. Sin solución de continuidad, el sábado se abría la licitación para las obras del colegio Sa Graduada.
El frenesí por las obras de mejora, bienvenido sea, pero con un orden. Si es posible, las obras no deberían convertirse en una ratonera para los contribuyentes que las hacen posibles. No es de recibo las colas kilométricas que miles de ibicencos tuvieron que sufrir por las obras en la carretera de Santa Eulària. Si es posible, pasemos del modo slow al frenético, y viceversa, con un poquito de orden por favor.