No creo que sorprenda a nadie la desconfianza de los jóvenes hacia la política y hacia los políticos, aunque parece que el interés ha dejado de caer e, incluso, ha crecido un poco el número de los que piensan que «les afecta». Ya descubrirán cuánto. Pero nada menos que el 89 por ciento piensa que los políticos no tienen en cuenta las ideas e inquietudes de los jóvenes, que dan prioridad a sus intereses partidistas y que anteponen los intereses de multinacionales, bancos y grupos de presión al bien de los ciudadanos. Claro que eso a lo mejor lo piensan también el mismo porcentaje de ciudadanos, aunque no sean jóvenes.
Y, sobre todo, debería preocupar a los políticos y a todos, que las instituciones que pierden más confianza por parte de los jóvenes, respecto a encuesta de 2010, son el Parlamento y la prensa (un 10 por ciento en cada caso), la Monarquía (9%), los parlamentos autonómicos (8%) y los sindicatos (7%). Y además, crece la radicalización, especialmente hacia la izquierda, que ha pasado en siete años de un 11 a un 15 por ciento, con otro 7 por ciento en la extrema derecha. Un 22 por ciento de jóvenes radicales, y creciendo, no augura nada bueno. Y aunque rechazan la política, tampoco se asocian para cambiar lo que no les gusta. Sólo un 20 por ciento pertenece a algún tipo de asociación, incluidas las deportivas.
Crece también la increencia religiosa. Aunque un 40 por ciento se declara católico, sólo un 10 por ciento se define como practicante. Y hay más de un cincuenta por ciento entre agnósticos y ateos (37%) e indiferentes (14%). Es otro retrato de la juventud. Hay rasgos también que deberíamos cuidar más porque pueden ser las raíces de un cambio social a mejor. Nada menos que para el 97 por ciento -solo comparable con la salud-, la familia es el modelo de referencia y el lugar donde se dicen «las cosas más importantes en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo». Si la familia sigue siendo el baluarte, podemos ser optimistas ante al futuro de estos jóvenes que se declaran «consumistas, rebeldes e independientes», pero que seguramente están tan confundidos como sus mayores, en un mundo que cambia vertiginosamente. Decía Koffi Annan, ex secretario general de la ONU que «una sociedad que aísla a sus jóvenes, corta sus amarras y está condenada a desangrarse». Podemos mantener esperanzas porque, al menos, la familia resiste con sus jóvenes y permite hablar, debatir y construir.
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