Estamos llegando a un extremo, en España, en el que cualquiera es capaz de discernir sobre lo que sea: da lo mismo que sea sobre el auto de un juez, que además ni siquiera se ha leído, que sobre fusión de neutrones o sobre la forma que tenía Spinoza de labrar lentes ópticas. Antes por lo menos teníamos a Mariano Medina que cuando acontecía algún fenómeno climático nos daba su opinión científica, o teníamos al profesor Jiménez del Oso si necesitábamos saber la causa de un fenómeno paranormal, o al académico Joaquín Calvo Sotelo para explicarnos el uso del genérico en la lengua cervántica y no había necesidad de recurrir a Irene Montero ni a los podemitos (sic), ni a gente que no hubiera pasado la Reválida, para que nos enseñaran ex cátedra a hablar español. Soportamos actualmente una mala práctica (en la que me incluyo) que consiste en aseverar sobre temas de puntillosa especialización y así están las redes sociales, llenas de listillos que corrigen hasta la sexta acepción del Diccionario de la Real Academia de la palabra «República» porque ignoran la gramática histórica y porque la lengua y su «gramática» va a capricho de ellos: a estos Pérez Reverte, que puede permitirse el lujo de no cortarse, les ha llamado «queridos imbéciles». Que se cae un satélite, pues serán los cojinetes. Que cometes un delito de sedición, eres un preso político. Que no te gusta una palabra del Diccionario, pues tú mismo la quitas y te inventas una como don Matías Martí. Que el Pisuerga pasa por Valladolid, pues yo no lo veo así. En realidad de lo único que podemos opinar todos es de fútbol, ese sí que es tema que no necesita preparación alguna, incluso si el partido lo comenta Valdano…