Algo huele a podrido en la política medioambiental pitiusa. El cierre de Talamanca en pleno inicio de Semana Santa es un escándalo que deja con el culo al aire a los eco-responsables de turno, que se pasan la patata caliente entre los diferentes organismos administrativos del Leviatán burrocrático (ayuntamiento, consell insular, govern balear, gobierno español, fauna de Bruselas, etcétera) para no aceptar su responsabilidad.

Recuerdo los días en que uno podía chapotear en esas aguas tras una noche de farra por Vila. Ahora te arriesgas a coger el tifus, como si fuera el Neva de San Petersburgo, donde tuve que desinfectarme con una ducha de vodka helada. (Por cierto que es buenísimo para la piel, casi tanto como la leche de burra en que se bañaba Cleopatra).

Tanto cacareo con la polémica ecotasa, tanta demagogia con los fondeos y la bendita posidonia (no es lo mismo un falucho que un megayate: hay que tener perspectiva y sentido común antes que histerismo clasista), tanta crueldad con el safari caprino en Vedrá… pero no son capaces de destinar fondos a lo verdaderamente importante. Los emisarios defectuosos son actualmente la mayor amenaza contra la riqueza de Ibiza y Formentera.

Aquí hubo una maravillosa unión contra las prospecciones petrolíferas, con un éxito que sorprendió mundialmente como si el hondero David hubiera vencido de nuevo a Goliat. Pero llevamos décadas de negligencia con emisarios obsoletos, depuradoras ineficaces y un delirante plan de aguas, algo que resulta un suicidio en medio de la gran densidad turística que sufrimos para bien y para mal.

Como diría el cínico Talleyrand: ¡Es mucho peor que un crimen, es una estupidez! Y encima apesta.