Cuando empiezo a escribir este artículo los medios informan que la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, se encuentra hospitalizada por un problema respiratorio. A falta de que le hagan los análisis, es muy probable que esté infectada por coronavirus, igual que Irene Montero y la esposa de Sánchez, las mujeres que encabezaban la manifestación del 8-M en Madrid. Toda aquella sobreactuación feminista no tendría que haberse producido nunca, sobre todo porque el Gobierno tenía información sobre el alcance del virus, las medidas que debía adoptar para evitar su propagación, y cómo actuar para frenar el contagio. Igual dar esta opinión me convierte automáticamente en un potencial violador, pero me da absolutamente igual. No todo vale para vender ideología y fidelizar votos.

No todo vale para encabezar una pancarta. Porque se supone que los políticos, más allá de su ideología, tienen que actuar con responsabilidad. Evidentemente el Gobierno de Sánchez no es el culpable de la llegada del coronavirus a España, pero sí ha cometido errores de bulto como no controlar mejor los vuelos y cruceros que llegaban desde Italia, no tomó precauciones a tiempo, y en los últimos días ha demostrado una falta total de competencia a la hora de comprar material sanitario. Luego dirán que la culpa es del PP por los recortes que hizo tras la crisis de 2008, pero mucho me temo que si actúan tan mal en la política económica como lo han hecho en prevención sanitaria aquellos ajustes de hace diez años serán una anécdota en los próximos meses. Ojalá me equivoque. Y echo en falta que muchos de los que sobreactuaron los días 7 y 8 de marzo no hayan anunciado públicamente que se rebajarán el sueldo como miles y miles de trabajadores cuyos puestos de trabajo penden de un hilo o que se han visto afectados por un ERTE, el único instrumento posible para salvar las empresas de la quiebra. Todos están escondidos. Y la ministra Montero parece que aprovecha su infección para borrar los tuits del 8M. Es lo mejor que puede hacer.