Ayer hice un reportaje sobre las floristerías y cómo afrontan este Tots Sants tan atípico. Una vez más me dijeron que sus ventas habían bajado con respecto a otros años. Una mala noticia más y no se cuántas van. Hablas con unos y con otros y todos te dicen que todo va fatal, que no saldremos, que tienen que cerrar, que no aguantarán, que se van al paro... y lo peor es que todo, como bien dice la filosofía budista, está interrelacionado.

Si un restaurante no abre, no compra pescado a un puesto del Mercat Nou. Si este no vende, no encarga al pescadero de la cofradía de pescadores porque no necesita género. Si este a su vez no sale a faenar, ya no necesita de los servicios de los transportistas. Éstos, como no tienen que arrancar su camión para circular, ya no harán gasto del combustible y los de las gasolineras empezarán a perder dinero... y así... hasta donde me alcanza la imaginación que yo para esto de las cuentas nunca fui muy bueno. Y mientras todo esto pasa, la pobreza y el hambre empieza a estar más cerca de lo que nos pensamos. En el mal llamado primer mundo y en Ibiza en particular, con todo su lujo, su éxito, sus playas y sus aguas cristalinas, durante mucho tiempo se pensó que los pobres eran solo aquellos que de vez en cuando salía en televisión. Eran esa «pobre gente» que se amontona en campos de refugiados, «esos locos» que trabajan recogiendo fruta por cuatro euros o «aquel que siendo joven se metió hasta el agua de los floreros y ahora está pagando las consecuencias».

Pero ahora vemos las orejas al lobo y tenemos miedo a que todo reviente porque cada vez son más los que no llegan a final de mes y llenan las colas de Cáritas. Y también indignación porque quien nos pide esfuerzos se va de fiesta. Unos y otros. Otros y unos. Da igual que siglas tienen. Todos son iguales. Mientras compiten por el «tú más» el hambre ya está aquí.