Uno de los efectos económicos que está trayendo esta pandemia de coronavirus es que la gente se ha lanzado al consumo masivo on line, ya sea de películas, series o cualquier tipo de compra. Al mismo tiempo, debido al ‘mareo’ de confinamiento y restricciones horarias al que nos tienen sometidas las autoridades estamos ‘aprendiendo’ a quedarnos en casa (algunos más que otros) para cenar, comer o, simplemente, disfrutar de unos vinos.

Gigantes como Amazon o Netflix están saliendo beneficiados de este cambio de consumo en detrimento del pequeño y mediano comercio, pero seguro que todos (o casi todos) conocemos a alguien que trabaja en tiendas de nuestro pueblo o ciudad. Y también conocemos seguro a alguien que trabaja en bares y restaurantes. El coronavirus ha cambiado los usos y costumbres de todos nosotros, pero no debemos olvidar que el pequeño comercio es el que da vida a las ciudades, pueblos y barrios. Bea Casado y Anna Reixac, dos comerciantes de Vila, contaban ayer en este periódico que el pequeño comercio «tiene alma», da sensación de seguridad en las calles por la iluminación, al tiempo que son negocios que pagan sus impuestos aquí y generan, a su vez, empleo aquí. Y tienen razón. Por eso es importante en este momento económico tan delicado que intentemos ayudarnos unos a otros y, en lugar de acudir a gigantes on line, intentemos bajar a la calle, darnos una vuelta y entrar a las tiendas de nuestro barrio o de otros municipios a comprar un perfume, un juguete o una chaqueta. Si no lo hacemos, en pocos meses veremos un reguero de cierres de negocios en las Pitiusas que conllevarán más paro y más miseria de la que, por desgracia, ya tenemos por no haber tenido una temporada turística digna.