Turistas británicos en Sant Antoni, en una imagen de archivo. | Toni Planells

¿Seguirán los miles de británicos prestos a invadir las Pitiusas el tórrido ejemplo de su ministro de Sanidad? El ministro ha sido pillado in fraganti con un beso de tornillo y la mano ávida, agarrando las tiernas posaderas de una asesora. El cachondo adúltero, con flema británica y costumbre ibérica (hoy en día todo se contagia), se niega a dimitir, pero ha pedido disculpas por violar la distancia de seguridad que él mismo impone a sus compatriotas. Si Armengol se fue de copas, Hancock se dedica al amore. Tanto monta.

Pero la pregunta cabalga el aire pitiuso. Los ingleses vienen en masa a salvar la temporada. Por eso no se les exigen test que sí son obligatorios para españoles y resto de europeos. Que tengan un repunte vírico en su isla es solamente una anécdota mientras vengan cargados de libras. ¿Se lanzarán al romance sanitario? El ministro podía haber dicho que el amor mejora el sistema inmunitario y cura las fricciones del brexit.

El amor entre ingleses e indígenas pitiusos ha dado magníficos frutos. Pero hay que decir que eso era más acostumbrado hace años, cuando no estaban de moda los guetos hooligans que dominan parte de nuestra costa. Por supuesto que hay inglesas espléndidas, excéntricas y curiosas por las costumbres amatorias del otro lado del Canal de la Mancha. Pero la masa es más racista, especialmente cuando está sobria.

Por eso salen voces que dicen que lo bueno es el cocktail, el tan hispano mestizaje. Y que en lugar de aburridos guetos (que atraen a unos y ahuyentan a muchos), se debería abrir el mercado a diferentes nacionalidades y no depender de una sola carta. La Ibiza cosmopolita siempre ha sido más sexy.