Nadie nos asegura que Corea del Norte no nos lance una bomba y nos mande a todos a criar malvas. | Pixabay

Escribo a mano estas líneas sin más compañía que una linterna, mientras caliento una infusión en un hornillo de gas para que me temple el alma y me quite el susto. La tormenta ha hecho que se fuese la luz, como macabra antesala del gran apagón que vaticinan los austríacos, para quienes la probabilidad de que esto ocurra en menos de cinco años es del 100 %.

Retomo este segundo párrafo mordisqueando el capuchón del bolígrafo, mientras inspiro el aroma de las velas que he encendido por si ayudan a propiciar el retorno de John F. Kennedy Jr. a la tierra. Pero ni vuelve la luz ni aquel guapo heredero, a pesar de los delirios de los fanáticos de QAnon que se reunieron bajo la lluvia el pasado martes en Texas confiando en su regreso del más allá al mismo lugar en el que asesinaron a su padre un 2 de noviembre.

Ya les he hecho un espóiler y se me ha escapado que no vino, aunque, de hacerlo, ¿por qué habría elegido esa fecha y trágica ubicación, y en qué mente cabe pensar que su fin sería apoyar a Donald Trump en las presidenciales de 2024? Pero los senderos de las creencias humanas son caprichosos y los caminos de las conspiraciones inescrutables. La muerte no es el final para los americanos que defienden que sus ídolos no estiran la pata, sino que solo lo fingen para esconderse en islas paradisíacas y nosotros, los europeos, los miramos con suficiencia y nos reímos de su ignorancia e inocencia supina. Aunque aquí también tenemos lo nuestro.

El gobierno austríaco tampoco se queda corto en sus idas de olla y, no contento con alertar a sus ciudadanos sobre el «riesgo real y muy serio» de un cierre del suministro de la electricidad, incluye entre sus previsiones de hechos que podrían ocurrir en los próximos años la llegada de extraterrestres. Se excusan en que ya vaticinaron que habría una pandemia y se han venido arriba, ¿por qué no? Si los americanos pueden creer en la resurrección a la carta, ¿quién osa poner en entredicho que pronto nos quedaremos sin Internet, ni calefacción, ni seguridad, control del tráfico y suministros de alimentos?

Y mientras, las empresas de artículos solares hacen el agosto y las cocinillas se agotan al mismo ritmo que el papel higiénico hace dos años. Yo los compro también, solo por si acaso; total, son cosas que no caducan, y de paso hago un pedido a mi empresa de vinos online, ya que parece que el suministro de alcohol peligra esta Navidad del mismo modo que los chips para fabricar teléfonos y coches.

Vamos a comprar ya la cena de Nochebuena y los regalos de Reyes, por si luego no hay material con el que llenarnos. Sigamos sembrando el miedo y almacenando cosas que no necesitamos, a ver si una nueva ola de COVID nos va a dejar celebrando otra vez solos esos días llenos de paz, con una lubina que sin el toque mágico de nuestras madres sabe demasiado a mar y muy poco a hogar, y dibujemos un final oscuro y tenebroso. El mundo se va a la mierda sin remedio y no somos conscientes de la velocidad a la que se propaga la estupidez.

Nadie nos asegura que Corea del Norte no nos lance una bomba y nos mande a todos a criar malvas, ni que nuestro planeta, que según otras teorías tendría sentimientos y recuerdos propios, no decida terminar con esta especie que le ha salido rana orquestando más erupciones de volcanes, generando huracanes, tormentas y nevadas perfectas hasta que nos sepulte a todos.

Vuelve la luz y sonrío. Paso al ordenador este artículo que ni es tan gracioso, ni tan bueno como me lo parecía entre tinieblas y relativizo sobre este fin del mundo que muchos están previendo. ¿Quién nos asegura que nosotros seguiremos vivos para entonces, dentro de tres o cuatro años, cuando vuelva a gobernar el loco de Trump o cuando nos apaguen la luz para siempre…? Hagamos que este valle sea más fértil y mejor hasta entonces y leamos más y mejor para que, al menos, nos pille llenos de conocimientos.