La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el líder del PP, Pablo Casado. | Isabel Infantes - Europa Press

El Partido Popular parece estar dispuesto a superar todas las cotas de ridículo posibles y ha entregado las escasas armas con las que contaba, rindiéndose sin condiciones ante el PSOE. Tal es su incapacidad estratégica que han provocado que, a pesar de ganar las elecciones en Castilla y León, se les visualice como los perdedores de las mismas. Mientrastanto, un PSOE que salía de ellas cabizbajo ha recibido un nuevo rebufo de viento que les entra por la popa y les impulsa hacia la hegemonía en la Moncloa.

Isabel Díaz Ayuso es la femme fatale desbocada e ingobernable a la que hace tiempo que temen Casado y Teodoro García Egea. Ella posee algo de lo que la actual dirección nacional del PP carece: carisma, perfil y conexión con sus votantes. Al verse amenazados no han tenido una mejor idea que espiar al mayor activo electoral de la derecha en España para amenazarle con hacerle un Cifuentes y, sin pruebas claras, simular un escándalo como el robo de las cremas que mandó a Cifuentes al ostracismo. Parce ser que el talento del Secretario General de los populares no se ciñe escupir huesos de aceitunas, sino que también es capaz de abrir boquetes en su propia nave ante el temor de un nuevo capitán. Lo que no sabe es que va a acabar provocando un amotinamiento que le llevará a desfilar por la pasarela y ahogarse en la desgracia.

A Pablo Casado nada le sale bien. Desde que lidera el PP con su hooliganismo, VOX se sacia al engullir parte de su electorado, amén de no infundir la menor autoridad o sentido de Estado. En lo único que parece ávido el todavía líder de los populares es en hacer el ridículo fotografiándose en escenarios rocambolescos; cree que hacerse una foto en un corral de vacas o en una quesería va a salvar la ganadería. Parce mentira que no haya nadie en su entorno que le saque de la extravagancia.

Casado quería ser el Aznar moderno, pero no sabe que tan sólo es un líder de transición tras la moción de censura que sacó a Rajoy de la Moncloa. El líder popular hace bueno a todo el que se acerca, por inoperante que sea. Ha llegado incluso a perder el favor de los empresarios y es mirado con recelo desde Europa, dado que no le ven como el estadista moderado capaz de generar consensos y mejorar la situación económica del país. Prueba de ello es su falta de visión política al no apoyar la reforma laboral que permite la llegada de los fondos europeos. De haberlo hecho, hubiera desarmado al Gobierno, hubiera podido reivindicar que esta reforma tan sólo introducía algunos matices a la norma que elaboró el PP en 2012 y dónde ha obtenido una bochornosa derrota, se hubiera alzado con la victoria más simple del parlamentarismo reciente. Pero él prefiere entretenerse comprando diputados y espiando a sus barones.

En esta cacería interna, Ayuso (o su jefe de gabinete Miguel Ángel Rodríguez) ha sabido reaccionar con premura, desviando el tiro del supuesto escándalo por la comisión de su hermano y ha sabido que el herido sea su némesis en Génova 13. Conocedora de las pasiones que levanta no ha temido en provocar el enfrentamiento público, una decisión que entraña cierto peligro dado que ahora sólo puede quedar uno. En toda guerra hay vencedores y vencidos. No está claro quien ostentará cada rol: Casado tiene el aparato pero Ayuso tiene la opinión pública.

Hay que recordar que el de Ávila consiguió imponerse en el Congreso del PP a la todopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría gracias a los delegados de Dolores de Cospedal, para sorpresa de todos. Pero a pesar de dejarse barba, su perfil sigue siendo el de un niño caprichoso de Nuevas Generaciones que deambula por el Parlamento como vaca sin cencerro, improvisando y haciendo gala de haber renunciado al liderazgo ideológico, razón por la cual VOX está consiguiendo captar el votante de derechas huérfano de proyecto político.

A todo esto, Pedro Sánchez mira hacia Europa y refuerza su imagen de estadista, ganándose la simpatía de la CEOE y la Comisión Europea. En el cargo de la Moncloa ha heredado alguna de las virtudes de su predecesor y ha optado por un perfil bajo que interviene sólo cuando se trata de cuestiones relevantes, delegando las bagatelas a sus ministros para sean ellos los que se desgasten chapoteando en el barro del teatro político. Con ello también asfixia a su desubicado socio político lentamente para que no perciba la falta de oxígeno y su muerte sea tan disimulada como lenta y certera.

La pandemia no ha debilitado lo más mínimo a un presidente cuyo ego no deja margen para la discrepancia, decapitando a todo aquél que no baile a su ritmo. Con un socio débil y una oposición completamente anulada, Sánchez mantiene la calma porque sin moverse de puerto los demás perecen entre tempestades en su intento de atracar en La Moncloa.

A Sánchez no le saldrá ni una cana mientras el PP se desangre en una guerra fratricida y se abandone a la palabrería vacua en lugar de recuperar el liderazgo ideológico de un centro derecha que aporte soluciones más allá de críticas, que se aleje del tufo extremista y que se sacuda los escándalos de corrupción. Si no reaccionan (no sé si están a tiempo), Casado pasará a la historia como el peor líder de la historia de la derecha española, VOX subirá la apuesta para acceder a los gobiernos autonómicos y el PSOE se afianzará en el poder.