Históricamente todas las islas son territorios aparte, donde suele mandar la mafia local antes que las forasteras. La mafia podía ser en origen una buena idea para que los isleños se protegieran de los continuos ataques del exterior. Un grupo nativo se hacía fuerte, decretaba la omertà (el silencio), y arreglaba situaciones que los forasteros no podían comprender. A menudo el padrino era un tipo querido, con numerosos ahijados a los que mimar, una especie de jefe de la tribu. Antes que a la Ley, obedecían su propio código ético, a la costumbre de la tierra. Al menos hasta que fue desbarrando hacia la delincuencia más grosera: tráfico de drogas, armas, trata de blancas… y la máxima se convirtió en un amenazante: O estás conmigo o contra mí. Pasó de proteger a sus vecinos a aprovecharse de ellos. Muchos historiadores italianos coinciden en que la mafia (Cosa Nostra, ´Ndrangueta, Camorra) es realmente un invento español. Y Mario Puzo opinaba que la primera banda mafiosa de la historia fueron los sensuales valencianos Borgia.

En las Pitiusas la mafia local siempre ha sido fuerte, pero ahora parece que pierde terreno pues todo se vende. La noticia que ayer publicaba Periódico es sintomática: Los empresarios de Formentera están en shock tras perder todas las concesiones de las playas. El Consell Insular ha decidido, a lo Gordon Gekko, que los chiringuitos se adjudiquen al mejor postor, o sea forasteros. El sabor familiar se difumina por la entrada de grandes capitales hambrientos de lavarse con la fama hedonista pitiusa. Es la nueva hornada mafiosa que tanto está cambiando las islas, con garitos de gustosusto de paleto uniforme internacional. La esencia isleña está en peligro. Es lo que pasa cuando la mafia nativa se vende a la forastera.