Con la misma rotundidad que el camaleón cambia de color según las condiciones ambientales, los dirigentes políticos modifican sus actitudes y sus conductas a su particular conveniencia. Después de la segunda vuelta de las presidenciales francesas, ha habido una extraña coincidencia en todos los partidos, a excepción de Vox, en pretender ser como Macron.

La satisfacción del PP balear por la victoria de «un partido liberal que baja impuestos» ha servido de percha al partido socialista y al portavoz del Govern de Armengol para descalificar a los populares por sus acuerdos con Vox ¡en Castilla y León! Con el sonsonete habitual de la inevitabilidad de idéntico pacto en Baleares, como eje de una estrategia política que no termina de entenderse desde el momento que parece haberse perdido el miedo al partido verde, por el color de su marca corporativa, tal como reflejan las encuestas. Con la crítica al PP, el socialismo evita tener que pronunciarse sobre el descalabro sufrido por sus homólogos franceses, similar, por otra parte, al del equivalente de los populares, Los Republicanos de Valéry Pécresse. Mientras el reptil de cola prensil y ojos de movimiento independiente se adapta a la realidad, los políticos lo hacen al interés de su partido. Como si no hubiera pasado nada, eluden tener que explicar las razones por las que Macron ha salvado la elección con el voto de los mayores de sesenta años y Le Pen ha obtenido un porcentaje impensable hace unos años gracias al voto obrero y en buena medida al de extrema izquierda. Habrá que ver de qué color tiñen su piel cuando intenten llevar el agua su molino en la hipótesis, señalada por un lúcido analista de la política, de una futura cohabitación entre Macron y una presidencia del ejecutivo del partido de Le Pen, si así ocurriera según los resultados de las elecciones legislativas de junio.

También de ejercicio propio de ese reptil cabe considerar el señuelo del gobierno de Sánchez al PP, en forma de una voluntad de acuerdo que nunca existió, para lograr su apoyo a las medidas anti crisis ante la falta de los votos de ERC, por el supuesto uso del sistema de seguimiento telefónico Pegasus por parte de los servicios secretos en defensa del Estado (el eco de Rufián en Baleares, el partido Més, ha calificado a Margarita Robles, ministra de Defensa, de «personaje siniestro»). Los independentistas catalanes ya contaban con que los herederos de ETA harían su trabajo de soporte del gobierno con tal de mantener a Pedro Sánchez en la Moncloa. Mientras el ministro Bolaños hacía como si hablar con los populares se concertaba con Bildu y de nuevo la trama Frankestein funcionaba como tabla de salvación presidencial.

Con vistas al próximo futuro electoral balear ya se cruzan apuestas sobre la pigmentación que usará la secretaria general de los socialistas, y presidenta del Govern, Francina Armengol, para apartar de la carrera electoral al alcalde de Palma, José Hila, so pena de malbaratar sus posibilidades de reelección como inquilina del Consolat de la Mar. Palma concentra prácticamente la mitad del voto de Baleares y la alianza de izquierdas que comanda Hila, acomodada, u oculta, en los despachos consistoriales ha perdido definitivamente el pulso de la calle. Y en esta tesitura ni el camaleón puede camuflarse.