Un chiringuito de Formentera. | Daniel Espinosa

La Semana Santa y un clima primaveral anuncian el pistoletazo de salida a una temporada turística inminente. Afrontaremos el recibimiento de centenares de miles de turistas con las mismas infraestructuras insuficientes y la misma carestía de recursos naturales y humanos. La saturación volverá a hacer mella en un territorio frágil gobernado por la arbitrariedad y la negligencia de la Administración Pública.

Algunos celebraron el traspaso de competencias en la gestión de Costas como si se tratara de un hito, per un servidor no alcanza a ver dónde está la buena noticia. ¿Qué va a cambiar a mejor? Las mentes brillantes que infectan la Conselleria de Mediambient seguirán encontrando fórmulas para perjudicar a los únicos garantes de la conservación y mantenimiento de muchas playas: los chiringuitos, esos tradicionales lugares que luchan contra los lesivos beach club y que, junto con las también amenazadas casetas de pescadores, conforman el último reducto de autenticidad que albergan nuestras calas y playas. Estos pequeños héroes que calman nuestra sed y atemperan nuestro apetito, son la presa de los soberbios urbanitas de despacho que creen estar por encima del bien y del mal. Con sus delirios sin fundamento jurídico ni material, desangran económicamente al pequeño empresario que ha hecho más por su playa que todo el ejército de políticos y altos funcionarios de Costas y Mediambient.

Eliminar terrazas y provocar el cierre de muchos negocios que ya existían mucho antes de que ellos se relajaran en su poltrona es una práctica suicida que dejará lugares más inhóspitos y unas islas al servicio de los beach clubs que nos torturan con sus cacofonías. Bajo el falso pretexto de una fingida sostenibilidad, se han convertido en verdugos sin criterio.