En la noche del pasado jueves a viernes, se dio el pistoletazo de salida a una nueva campaña electoral. Son en este caso unas nuevas elecciones locales y autonómicas. Van a ser en total quince días de todo tipo de actos, en los que los diferentes partidos que concurren a los comicios del próximo día 28, se supone que han de aprovechar para convencer a los ciudadanos con derecho a voto, que la suya es la opción que merece su confianza y por tanto su voto.
Vale la pena reflexionar aunque solo sea un poco, sobre qué es una campaña electoral y sobre lo que debería ser en realidad. Para empezar, en una campaña y entre los numerosos actos que cada partido político organiza, hay muchos de ellos que se siguen manteniendo por mera tradición y que en muchos casos resultan, por llamarlos de alguna manera, desfasados o anacrónicos.
Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), la definición de la palabra «anacrónico», es de «algo que no es propio de la época de la que se trata». Sin ir más lejos, es indudable que mantener el acto de la primera pegada de carteles a las doce de la noche del primer día de campaña, queda ya muy lejos del sentido que tuvo hace mucho tiempo; sobre todo porque la foto del candidato con el cubo de cola y cepillo en mano, pegando sus propios carteles, ya no se la cree nadie. Claramente se trata de un acto propio de otra época y por tanto anacrónico.
Actualmente son empresas contratadas las que se encargan de empapelar de carteles de los candidatos nuestros pueblos y ciudades, cosa que antes solían hacer los afiliados o simpatizantes de cada uno de los partidos. Se trata por tanto de actuaciones en campaña que se han ido desvirtuando. Lo mismo o algo parecido ocurre con los tradicionales mítines electorales, que a día de hoy, no dejan de ser meras concentraciones cada vez menos numerosas de gente, a la que se supone se va a arengar para convencerles de que se les vote, si bien resulta que la práctica totalidad de los que acuden a este tipo de convocatorias, son afiliados, dirigentes y cargos públicos del propio partido convocante y que ya tienen muy claro a quién van a votar.
El único sentido que actualmente tienen esos mítines, es el de conseguir el correspondiente espacio en los diferentes medios de comunicación al día siguiente de su celebración. Se trata por tanto de ofrecer frases que resulten atractivas para los informativos de prensa, radio y televisión; más que tratar de convencer de nada al poco y entregado público asistente al acto.
Por otro lado, en esos actos que se celebran en cada pueblo, en cada parroquia y en cada barrio; los políticos que participan en los mismos, prometen y aseguran que resolverán los acuciantes problemas que sufren en cada uno de esos lugares y, lo mismo da que se trate de problemas nuevos o de otros ya crónicos y que se vienen sufriendo hace muchos años.
Si alguien tuviera la paciencia de hacer una lista de lo que se ha prometido hacer por parte de cada partido en cada barrio o pueblo, comprobaría fácilmente que resulta imposible cumplir con todo lo que se ha prometido, en cuatro años. De hecho muchas de las promesas van pasando de una campaña a la siguiente, sin el menor rubor.
El concepto de campaña electoral, no difiere mucho entre el que tiene la derecha y el que tiene la izquierda. En ambos casos, se trata de decir lo que sea preciso durante quince días, con tal de captar votos. Y ese es precisamente el gran error de concepto. Para los partidos políticos una campaña electoral, no son más que esos quince días; pero para el ciudadano de a pie, debería ser el trabajo desempeñado por unos y otros durante los cuatro años que dura una legislatura, lo que se debería considerar como campaña real.
Lo que se haya hecho en esos cuatro años por parte de quienes tienen la responsabilidad de gobernar y por tanto de gestionar, o por parte de quienes tienen la labor de control de ese gobierno como oposición, es lo que realmente vale la pena valorar. Es ese tiempo entre unas elecciones y las siguientes lo que cabría tener en cuenta por parte del votante. Lo que realmente se haga durante el tiempo que cada uno haya podido gobernar y la capacidad de la oposición de turno para presentar y negociar propuestas, que realmente resulten útiles a la ciudadanía en general, eso es lo que se debería entender como una verdadera campaña electoral.
No vale preocuparse por resolver cuestiones que se llevan arrastrando años y años, en los quince días previos a una nueva convocatoria electoral. Ni vale tampoco prometer en esos días que tus propuestas son las que realmente valen, cuando durante años las has votado en contra, por el simple hecho de que fuera tu rival político quien las presentó.
Una campaña electoral, no puede ser en ningún caso pretender dar gato por liebre a la población a la que se pretende representar. La mejor campaña es el trabajo diario.