Afirma el paleontólogo Juan Luis Arsuaga que Darwin estaba equivocado y que la selección sexual la hacemos las mujeres. Así sentencia, sin despeinarse, que el orgasmo femenino es la auténtica conquista del ser humano y que somos nosotras quienes hemos domesticado a los hombres para convertirlos en individuos más sociales y gregarios. Arsuaga nos recuerda que, coincidiendo con el naturista inglés, venimos del mono, nos guste o no, y que de aquellos polvos vienen estos lodos.

Aunque hay quien pone en duda esta afirmación, al menos en castellano y según la RAE sí que sería cierta puesto que, si «mono» es sinónimo del término científico «Simiiformes», este término haría alusión a todos los homínidos que descendemos de ancestros comunes. Y razón no le falta, porque esta semana hemos visto cómo una manada de hooligans se ha puesto en evidencia creyendo insultar a un jugador de fútbol por llamarlo así, mientras hacían gala sin darse cuenta de su propia ignorancia, simpleza y prejuicios. Al parecer, el cariz racista de Darwin, que sí consideraba superiores a unas razas que otras, debió ser lo poquito que estos animalitos aprendieron en el colegio.

Estas evidencias, que demuestran el carácter primario de algunos hombres, se extendían el mismo día a otro campo de fútbol y a otro partido, en este caso femenino, donde el acoso y las agresiones verbales a las deportistas fueron mucho más crudas y merecedoras de sanciones graves. Al final, que se catalogue a toda nuestra sociedad de racista y de machista es mucho más ofensivo que inculcarnos conocimientos que nos demuestren que nuestros orígenes no están en los ángeles sino, en algunos casos, en demonios.

La última muestra de simpleza patria la ha protagonizado un rapero al que conocían en su casa y que ha creído que era gracioso trampear las fotos de una gran artista para ponerle unas tetas extraídas de otra mujer con Photoshop. En fin, menos mal que todavía nos quedan los orgasmos, porque viendo cómo está el panorama algunas veces dan ganas de volver a los árboles para quedarnos allí escuchando el silencio, mientras huimos de todo este ruido.

Como adolezco de vértigo y no soy la persona más ágil del mundo, decido quitarme el susto ojeando mejor el último libro de Arsuaga, «Nuestro Cuerpo», donde desnuda a los «Homo Sapiens» para explicar que los hombres tienen los testículos más pequeños que otros monos por su tendencia a la monogamia y que el grosor del pene demuestra que está preparado para dar placer a las mujeres. Para los que se pasan el día hablando de su tamaño o rindiendo culto a sus atributos, sepan que el experto sentencia que somos nosotras las que escogemos a los machos y que otro de nuestros hitos es haber logrado reducir la violencia en nuestra especie al elegirlos por ser pacíficos y buenos padres, no como el resto de los monos. Cierto es, como ven, que todavía no lo hemos logrado del todo, pero en ello estamos.

De inteligencia artificial también habla el experto, aunque muchos de nuestros congéneres carezcan de ella, y es que en este mundo distópico en el que vivimos, en el que se fraguan viajes turísticos espaciales para súper millonarios mientras se deja morir a niños de hambre, la realidad es que solo nos queda ser epicúreos como nos recomienda, buscar la felicidad, ser optimistas y al menos disfrutar de esas dos cositas que nos diferencian de los chimpancés, al menos a algunos, como son la lectura y el arte.

A Arsuaga le debo, además de estos recién adquiridos conocimientos, el haberme quitado del susto las copas que llevaba encima una madrugada de sábado, cuando su descubrimiento de una pelvis con 1,5 millones de años a las caderas me obligó a entrar en directo en el informativo nacional en la radio en la que trabajaba para contar aquel hallazgo. Atapuerca se convirtió en un símbolo y Arsuaga y su equipo demostraron que en Burgos llevábamos dando guerra el triple de tiempo del que pensábamos.

Aquel domingo pastoso, ajetreado y de resaca comenzó mi idilio con este hombre campechano, nervioso y mordaz que despertó mi curiosidad por la antropología y que ha vuelto a conseguir dejarme con la boca abierta y la sonrisa certera. Menos mal que todavía nos quedan hombres sabios para poner cordura entre tanto puto mono.