Según la Biblia in illo tempore los hombres nos entendíamos en una sola lengua, pero entonces nos volvimos vanidosos y echamos un pulso a Dios con la torre de Babel, que debía tener un diseño de espantoso pepino a lo Nosferatu Nouvel.
Las consecuencias son conocidas: la torre se despeñó al tiempo que los hombres empezaron a hablar lenguas diferentes, se dividieron aún más en sectas y tribus y se lanzaron a la guerra. Algunos antropólogos esotéricos opinan que antes podíamos comunicarnos telepáticamente. Fue un don que se perdió; hoy solo el que bebe de la sangre del dragón puede entender el lenguaje de los pájaros.
Aunque es agradable sentirse amado en lenguas diferentes. Cada vez que critico la espantosa sonoridad de un determinado idioma, conozco a alguien deseable que me habla de amor en esa lengua. Y entonces cambio mi opinión, porque no existe idioma que no se torne hermoso cuando se habla amorosamente.

La voz es fundamental porque muestra el alma. Esto es sabido por los estudiosos del canto. Una voz pura, como la de Maria Callas, es un regalo divino. Hoy muchos cantantes enmascaran demasiado su voz porque no llegan a las notas, y el resultado es falso y enervante. Lo fundamental es sacar la voz que cada uno llevamos dentro, que cuando es auténtica siempre es atractiva. Las palabras pueden engañar pero los matices de la voz, para quien sabe escuchar, dicen mucho de la persona aunque no se entienda lo que habla. Decía el arxiduc Luis Salvador que la lengua ibicenca era «suave y acariciante, con un ritmo hechizante que tiene algo de inexplicable dulzura. La suya sigue siendo la lengua del amor». El amor es la verdadera lingua franca.