Los que me conocen bien saben que aunque tengo un oído de madera y soy capaz de destrozar cualquier tipo de canción cuando me pongo a cantarla también tengo cierta habilidad para recordar algunas letras. Sobre todo si se trata de temas que me llegan al alma y me hacen reflexionar o si las cantan algunos de mis grupos o cantantes preferidos. Tanto que en ocasiones tengo la sensación de vivir en una canción constante que nunca se acaba porque se van enlazando una tras otra sin que pierda el ritmo en ningún momento.

Es el caso de Rosana, Ismael Serrano, Aute, Serrat, Los Secretos o Revólver, el grupo que encabeza desde hace ya varias décadas Carlos Goñi, un cantante que bajo mi humilde opinión siempre ha tenido menor repercusión mediática que la que han tenido otros que no se lo merecían tanto. Respetando a quien no comparta esta opinión, para mí sus letras, sus reflexiones o sus tonadas siempre me han calado hondo por su sinceridad y por su lenguaje cercano y a la vez poético que en muchas ocasiones nos da de bruces contra una realidad que está más cerca de lo que nos atrevemos a asumir.

Tal vez por eso y porque nunca me he sentido capaz de escribir esas frases tan bonitas y por supuesto hacerlas rimar con el verso que va delante o detrás, en muchas de las ocasiones me siguen emocionando y me sirven de inspiración para mi día a día. Sobre todo aquellas que hablan de buen rollo, de lo bonita que puede ser la vida y de que no hay que darse por vencido por más que como a mí me hayan robado esta semana mi patinete eléctrico en la playa de Talamanca casi en mis propias narices. O esas letras que nos dicen que siempre hay algo por lo que luchar, que te levantan una sonrisa y que hacen que las cantes a voz en grito mientras vas en un coche tu solo y sin importarte que el conductor de al lado o el peatón alucine con lo que está viendo.

Porque sí, porque aunque canto fatal y ya llego tarde a presentarme a ninguno de esos programas que buscan jóvenes talentos, tanto por joven como por talento, aún me sigue emocionando escuchar aquello de Rosana de que la magia «es el agua, es el viento, es resumen de todo lo que siento, es el sentimiento, es la tinta que no borra el silencio, es el aire de puntillas, es el alma cogiendo carrerilla, es el sabor de lo pequeño, es tocar un sueño, es el mapa de un suspiro» y, sobre todo «es lo que hay cuando te miro, es el duende del latido de tú corazón, es probar a volcar lo que hay en el fondo de ti y verte sonreír».

Y es que no hay nada más genial cuando el día viene cruzado que cantar y sentir eso que dice Ismael Serrano de que aunque «a veces la vida mata y el amor te echa silicona en los cerrojos de tu casa o te abre un expediente de regulación y te expulsa del Edén hacia tierras extrañas o que bostezas y te queman agujetas en las alas» siempre hay algo «que sin saber cómo ni cuándo, te eriza la piel y te rescata del naufragio» y te demuestra «que siempre es viernes, está de verano, hay verbena en la aldea o guirnaldas en mayo» y que todo puede ir a mejor porque «me nombra tu voz, hoy ceno contigo, te veo entre la multitud» o nos juntamos con abrazos «que incendian la aurora en las playas del sur».

O ahora, que vivimos tiempos convulsos, con unos y otros enfrentados por cualquier cosa, no hay nada mejor que dejar que cada loco vaya con su tema porque «contra gustos no hay disputas» y porque «artefactos, bestias, hombres y mujeres son cada uno como es y cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere». Y porque sí, porque yo igual que Joan Manuel Serrat «prefiero querer a poder, palpar a pisar, ganar a perder, besar a reñir, bailar a desfilar, disfrutar a medir, volar a correr, hacer a pensar, amar a querer o tomar a pedir» porque «antes de nada soy partidario de vivir».

Y si por todo eso no fuera suficiente, estoy seguro que a cualquiera le reconforta recordar que hoy puede ser un gran día y «aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti», y que en muchas ocasiones es conveniente «darle el día libre a la experiencia para comenzar», recibirlo «como si fiesta de guardar» y sin consentir «que se esfume» sin consumir «la vida a granel». Que tenemos que ser conscientes de que todo está por descubrir si lo empleas como el último día que te toca vivir, si sacas de paseo a tus instintos y los ventilas al sol y no dosificas los placeres si no que los derrochas todo lo que puedas y si te das una oportunidad para entender «que hoy puede ser un gran día imposible de recuperar», un ejemplar único que no podemos dejar escapar.

Pero ojo, que si ves que con todo eso no puedes seguir adelante, siempre puedes aplicar aquello que dice Carlos Goñi y su grupo Revólver de que «si la vida se viste de largo y me invita a su fiesta, yo me parto la espalda por ella y por verla reír, pero si mi alma se larga y me deja en la calle desierta, 21 gramos de mas en el aire y de menos en mi».