La formación de ningún gobierno y menos las pretensiones de ninguna persona merecen el sacrificio de lo más apreciable que tenemos cada uno de nosotros: la dignidad». Nicolás Redondo, un histórico del socialismo español, sitúa con estas palabras a todos y cada uno de los cargos públicos del PSOE frente a su responsabilidad personal en el proceso de rehabilitación pública de Carles Puigdemont, fugado de la Justicia, y de quienes atentaron contra la Constitución, emprendido por Pedro Sánchez.

El veterano socialista se dirige a los diputados y senadores, que se rompen las manos aplaudiendo cuando aparece Sánchez, a los alcaldes y concejales, a los intelectuales y a todos cuantos militantes se desempeñan en las praderas del PSOE. Y a quien quiera escucharlo. Porque - ha escrito Nicolas Redondo – «será el PSOE, todo y completo, el que en ese salto acrobático destruya lo que protagonizó». Tal cual. ¿Cómo va a tomar en serio Europa a la justicia española cuando pretende traer a Puigdemont y a su camarilla – facción de extremistas regionales rupturistas los ha llamado The Washington Post- a España para ser juzgados por su atentado contra la Constitución si la vicepresidenta del Gobierno le dedica sus más ensayadas carantoñas? Al margen de lo que hablaran Yolanda Díaz y el político huido, la foto es el mensaje. El gobierno de Sánchez ha convertido al fugitivo en interlocutor privilegiado para garantizar exclusivamente el futuro personal del presidente en funciones.

El procedimiento ya es conocido. El indulto a los independentistas condenados, Junqueras y los demás, era impensable hasta que su apoyo parlamentario fue necesario para Sánchez. Entonces, taza y media: indulto, supresión del delito de sedición y aminoramiento de las penas por malversación de dinero público. Hace unos meses estaba prohibido hablar de amnistía y de referéndum en Catalunya en los territorios del socialismo gobernante. Ahora ya está en marcha la operación de propaganda mediante la que se ha normalizado hablar de amnistía, a la espera de su concreción en los términos exigidos por Puigdemont para ceder sus votos a Pedro Sánchez en una futura investidura, si llega a ser el caso. Porque tampoco hay que descartar el escenario de una repetición electoral en las que Sánchez pretendería presentarse como el adalid de la defensa de la Constitución al haberse negado a las exigencias de los independentistas. Por improbable que parezca.

A todo esto, en Baleares, en lo que pueda quedar de Sumar, Podemos, Izquierda Unida ¿no habrá nadie que le diga a su jefa de filas: Yolanda, así no? Los arrumacos con el más genuino representante de la plutocracia catalana (Le Pen español, llamaba Pedro Sánchez a Puigdemont no hace tanto) se compadecen mal con los ideales de igualdad a los que han renunciado esos partidos que se conforman ahora con ser arropados con el manto del progresismo. ¿Qué verán de progresista en la derecha catalana de JuntsxCat o en el conservadurismo antiguo (Dios y Ley vieja) del PNV? ¿La foto de Yolanda Díaz con Puigdemont es progresista? Si no fuera por lo que está en juego, sería para echarse unas risas. Del PSOE sanchista nada hay que esperar más que la sumisión lanar a los designios de quienes mandan sobre Sánchez.