El renacer de los pueblos. | Archivo

Hace años quien no tenía un piso en Vila, no era nadie. Estar cerca de la ciudad o en la misma era un auténtico privilegio que automáticamente te convertía en una especie de burgués. En estos días hay una fuerza centrífuga que expulsa a las clases medias de las ciudades por los elevados precios de la vivienda, la mejora de las conexiones con el extrarradio y la calidad de vida que se respira fuera de las urbes.

A pesar de ser un fenómeno globalizado, en Eivissa se ha agudizado. Vivir en Vila ha pasado de ser un privilegio a un tormento por el tráfico, la suciedad y el precio prohibitivo de los alquileres. En cambio, los pueblos de nuestra isla están experimentando una época de crecimiento muy significativa. Muchos pueblos ya cuentan con la mayoría de servicios necesarios para el día a día y bajar a Vila se ha convertido en algo anecdótico, reservado para los casos de necesidad. El teletrabajo, la implantación de la administración electrónica y la dotación de un amplio abanico en cuanto a restaurantes y profesionales de distintos sectores son los responsables de que vivir sitios como Sant Carles, Sant Miquel o Santa Gertrudis se haya convertido en el verdadero lujo.

Además de conservar intacta la tradición o la lengua propia, en los pueblos se respira un sentimiento de identidad que se vive incluso entre los más jóvenes. Ello es especialmente notorio si uno mira a las comisiones de fiestas, integradas por adolescentes voluntarios con ganas de ir más allá de la mera diversión e implicarse para ofrecer su esfuerzo a sus vecinos. En los pueblos se pierde el anonimato y con ello se construye ese engranaje social tan sano que forja lazos vitalicios e incluso incentiva las relaciones comerciales. El futuro de la vida Eivissa reside en cada uno de ellos.